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La UNLP concentra el 3,8% del total de estudiantes a nivel nacional, el 80,5% de los cuales son residentes. La migración interna cayó sensiblemente en los últimos años. Costos, proyectos y crisis. Testimonios de platenses
Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com
Desembarqué en La Plata con una hiperinflación que obligaba a los comerciantes a cambiar los precios varias veces al día y a los clientes a hurgar en los fondos de las estanterías, en busca de la mercadería que hubiera zafado de la remarcadora.
Hija de padres trabajadores, me instalé en una pensión en pleno centro, mientras esperaba que se habilitara un cupo en una de las dos casas que la municipalidad de Olavarría aseguraba por entonces a los jóvenes que estudiaban en la UNLP las carreras que no existían en la zona. La llegada de las encomiendas, con yerba y milanesas, siempre era una fiesta. Y jamás se rechazaba un convite a comer en la casa de un platense que viviera con sus padres.
A excepción de los sobresaltos económicos, muchas cosas cambiaron en las tres décadas y media que pasaron desde entonces: sostener a un hijo fuera de la ciudad no es para el presupuesto de cualquier familia (ni aunque se aloje en pensiones de cuartos compartidos), los gastos se multiplicaron y los centros universitarios no abundan.
El último informe de la Fundación Tejido Urbano - que investiga y difunde trabajos sobre la realidad habitacional del país- encendió una luz de alarma sobre la situación de miles de jóvenes que enfrentan una suerte de “triángulo de tensión”, que pone en riesgo la sostenibilidad habitacional y la continuidad educativa. Dicho de otro modo, estudiar, trabajar y alquilar se ha convertido en una ecuación prácticamente inviable.
En un informe previo, esta misma fundación había advertido que el 40% de las personas de entre 25 y 35 años siguen viviendo con sus padres. Precisamente, de ese mismo grupo se nutre la mayoría de los casi dos millones de argentinos que componen la franja universitaria. ¿Qué pasa con ellos?
“El 89% estudia en el lugar donde reside. Hay un 7,7% que tiene que trasladarse a otras provincias o a otros lugares para estudiar. Y hay un 3,3% que son personas que vienen del extranjero a estudiar en Argentina”, puntualizó Fernando Álvarez de Celis, director de Tejido Urbano. Hace dos años, ese 7,7% era “casi el doble”.
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“Por un lado, aumentó la oferta universitaria en muchas provincias de Argentina y aumentó la oferta también la universidad online. Pero, por otro lado, también aumentó y se dificultó la posibilidad de poder alquilar de muchos jóvenes”, analizó Celis.
La Plata es uno de los enclaves universitarios más relevantes del país, junto a Córdoba, Rosario, Mendoza y Tucumán. Con una población estudiantil de más de 74.000 jóvenes -según la Encuesta Permanente de Hogares del cuarto trimestre de 2024-, concentra el 3,8% del total nacional. Según el informe de Tejido Urbano, el 80,5% son residentes, el 4,9% son extranjeros y uno de cada siete migró desde otra provincia o localidad (14,6%). Para los que no son platenses, seguir una carrera universitaria implica habitar de otra manera.
En los últimos años la migración interna muestra una tendencia a la baja: en 2019 se registraban cerca de 131 mil jóvenes en esta situación, mientras que en 2024 ese número cayó a 118 mil, contra los 145.627 de hace 20 años.
Si enfocamos los datos por rango etario, son 66.490 los jóvenes de entre 17 y 29 años que hoy estudian en la Universidad, 27.307 de los cuales tienen entre 17 y 22 años, una edad en la que dejar la casa de los padres e insertarse en el mercado laboral son proyectos que suelen ir de la mano, por deseo o necesidad. El relevamiento aludido muestra que La Plata y la Provincia son, hoy por hoy, epicentro de tensión entre esos derechos.
Lara Coppari (22) es platense y estudia Licenciatura en Geología, carrera que tiene una dinámica incompatible con las exigencias de cualquier trabajo. “Los lunes cursás a la mañana y los miércoles a la tarde”, explica Lara, a quien sus padres -aclara-, “bancan bastante. Jamás me dijeron que me tenía que ir de casa, por lo menos hasta que me reciba”.
En segundo año Lara accedió a una beca de trabajo temporal: “Estuvo buena, porque aunque no pagaban mucho a mí me servía para las cosas de la facultad. La facultad debería difundirlas más”, opina. Si de gastos hablamos, los estudiantes afrontan algunos que son propios de cada carrera. Los de Ciencias Naturales, como Lara, deben hacer viajes de campaña cuyos costos corren por cuenta de la facultad, pero requieren de ropa o implementos especiales.
Las fotocopias siguen siendo un gasto fijo para los universitarios, igual que los viajes en transporte público. “El boleto estudiantil de la SUBE no te rinde todo el mes”, dice Lara, “yo que vivo lejos del cuadrado, tengo que tomar dos micros para ir a la facultad”. Por eso, igual que sus compañeros, suele tomar uno hasta la estación y caminar el resto del trayecto.
“En mi carrera hay mucha gente de Provincia y a la mayoría la bancan los padres. No conozco a nadie que trabaje”, asegura Lara, quien todavía no se proyecta buscando un lugar propio para vivir: “Sé que el alquiler es caro por lo que se comenta, pero no miré mucho para adelante porque lo veo demasiado lejano. Tampoco estoy desesperada por irme; esperemos que mis papás tampoco”, bromea.
Mientras La Plata recibe a miles de jóvenes que deben alquilar en un mercado saturado y con costos crecientes, el Conurbano concentra la mayor matrícula del país -38% según el informe de Tejido Urbano-, pero con una estructura de residencia familiar que posterga la emancipación. Por otro lado, decenas de municipios del interior mantienen el financiamiento de residencias o casas universitarias, con el riesgo de que los egresados no regresen a sus localidades.
¿La universidad pública corre el riesgo de ser un derecho formal que no todos pueden ejercer en condiciones reales?
El 77,3% de los jóvenes universitarios en Argentina estudia en universidades públicas, mientras que el 22,7% lo hace en universidades privadas. Según el informe, esta relación se mantiene relativamente constante en la mayoría de los aglomerados urbanos del país, aunque con matices. En ciudades como Córdoba, Rosario, Tucumán o La Plata, el sistema público concentra la amplia mayoría de la matrícula, mientras que en Salta, Mendoza, Ciudad de Buenos Aires o Neuquén, la participación del sector privado alcanza cifras más elevadas, en algunos casos por encima del 30%.
De los más de 1,5 millones de jóvenes universitarios entre 17 y 29 años, poco más de 524.000 están ocupados, mientras que 83.000 buscan trabajo activamente y 790.000 se consideran inactivos en el mercado laboral.
Morena Canuti tiene 23 años, estudia Profesorado de Educación Física en la UNLP. “Estoy cursando segundo año y vivo en Berisso”, cuenta. Comenzó a alquiler hace aproximadamente un mes.
“Por el momento vivo sola y casi todo lo sostengo con mis dos trabajos, pero sé que en el momento que necesite algo cuento con la ayuda de mis padres al 100%”.
Morena está acostumbrada a trabajar desde muy joven: “Desde los 17 trabajo en una empresa familiar y hace seis meses comencé como profesora en un gimnasio”, revela. Reconoce que “a veces que resulta abrumador tener que cumplir con tantas cosas, pero por suerte pude acomodar los horarios para hacer todo. Además, tengo el privilegio de que ambos trabajos me gusten y la carrera me encanta, eso es un gran plus a la hora de armar mi día a día”, rescata.
El informe de la fundación advierte que en La Plata se observa un patrón que también aparece en CABA, Mar del Plata o Neuquén: los estudiantes universitarios que alquilan tienden a vivir en hogares pequeños, de una o dos personas. Este dato refleja procesos de emancipación -jóvenes que se mudan solos o en pareja-, pero también la complejidad de tener que sostener un alquiler mientras se estudia.
Mayra Gioya tiene 21 años, vive en Quilmes con su familia y cursa cuarto año de Geología en la UNLP, carrera que la obliga a viajar casi todos los días. “Tengo la suerte de que a dos cuadras de mi casa pasa un micro que regularizó la frecuencia este año”, explica. Es que antes lo hacía en el tren, lo que le demandaba un total de tres horas de traslado, contando otros colectivos internos.
Con cursadas de unas cuatro horas diarias, “salía a la mañana y volvía de noche”, lo que agregaba a la ecuación una complicación más: la inseguridad. “He vivido situaciones difíciles -admite-, que se me acerquen, me hablen… es un bajón. Entro a mi casa y digo ‘uy, llegué’”.
Por todo eso, el año pasado Mayra barajó la posibilidad de alquilar “algo chiquito” en La Plata o comprar un auto usado para mejorar los traslados, pero “es demasiado gasto”, aclara; “mientras pueda, me la aguantaré con el viaje”. La chance de un trabajo es casi imposible: “Se me alarga muchísimo la carrera. Encima, los fines de semana me tengo que sentar a estudiar, porque el viaje me saca mucho tiempo”.
Camila, de 23 años, estudia zoología y se reconoce “una privilegiada”, porque sus padres pueden pagarle el alquiler del departamento que comparte con una amiga. “Lo mismo hicieron con mis hermanos mayores. Ellos prefieren que estudiemos”, cuenta. Su familia reside en CABA y, aunque el plan inicial era viajar o habitar en una residencia universitaria, ambas cosas resultaron difíciles. “Vivo muy lejos de Constitución y en las residencias no había espacio”, apunta.
Compartir el alquiler reduce sensiblemente los gastos. Además, eligieron una ubicación que le permite llegar caminando a la facultad. ¿Su proyecto? El próximo año, con menos cursadas, volverá a vivir con su familia, para “recibirme lo antes posible e independizarme del todo”. Mientras tanto, planea “pegar un trabajo de verano en gastronomía o algo accesible” y desarrolla “una pasantía de investigación ad honorem”, como punto de partida para su carrera universitaria.
Morena Canuti. Es platense, estudia y trabaja
Lara Coppari. Platense, vive con su familia
Mayra Gioya. Vive en Quilmes y estudia en la UNLP. Viaja todos los días
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