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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

Informarnos sin deformarnos

28 de Enero de 2018 | 09:16
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Mail: sergiosinay@gmail.com

¿Cuánto dulce de leche podría comer, de una sola vez, el más goloso de los golosos sin llegar al hartazgo, sin sufrir una crisis hepática y sin padecer un consecuente desarreglo orgánico? Al margen de cualquier posible respuesta irónica, lo cierto es que, como todo, esa ingesta tiene un límite. En un principio será disfrute, satisfacción de un deseo, un gusto y hasta la incorporación de ciertos nutrientes. A partir de un punto se tratará de la marcha hacia una segura intoxicación.

Traslademos la pregunta a otro ámbito, aunque siempre referido a nuestro organismo y nuestra salud. ¿Cuánta información podemos absorber antes que nuestro cerebro colapse, nuestra atención se evapore y nuestra capacidad de procesar lo recibido quede anulada? También en este caso existe un límite, pero algunas consignas de moda, como la que alude a la “sociedad de la información” parecen ignorarlo o nos incitan a transgredirlo. Las fuentes para la glotonería informativa abundan: televisión, internet, buscadores, redes sociales, portales de noticias, radio, ediciones on line de diferentes medios. Todo esto sin olvidar los clásicos chismes familiares, barriales o de círculos de amigos, más la clásica Radio Pasillo de los ambientes laborales.

Un par de décadas atrás el físico catalán Alfonso Cornella definió una categoría que describe en una palabra la disfunción que se produce al ingerir información de manera permanente e indiscriminada. La palabra es “infoxicación”. Y quienes padecen de esto están “infoxicados”. Se trata de una epidemia muy extendida en el mundo contemporáneo. El propio Cornellas precisó de la siguiente manera a esta anomalía: “Es estar siempre ´on´, recibir centenares de informaciones cada día, a las que no puedes dedicar tiempo. Es no poder profundizar en nada, y saltar de una cosa a la otra. Es el ´working interruptus´ (la continua interrupción de la tarea que uno está realizando para chequear información). Es el resultado de un mundo en donde prima la exhaustividad (todo sobre tal o cual cosa) antes que la relevancia (lo más importante)”.

TODO ES IGUAL, NADA ES MEJOR

Así se trate del hígado o del cerebro, cuando el abuso conduce a la disfunción desaparece la capacidad de metabolizar. Es decir, de cumplir con la función natural de recibir el alimento, físico, intelectual o emocional, transformarlo, disponer de lo que es útil y necesario, distribuirlo, y, finalmente, deshacerse de lo innecesario o tóxico, eliminándolo.

En el caso puntual del exceso de información, uno de los primeros efectos, además de la imposibilidad de focalizar la atención, es la progresiva pérdida de la capacidad de discriminación, de separar la paja del trigo, de discernir qué es necesario y qué es prescindible. Acribillada por miles de impactos diarios (el investigador español Eduardo Madinaveitia llegó a determinar que son alrededor de 5 mil, si se cuentan también avisos publicitarios), una persona no puede determinar qué es lo importante para su orden existencial, sus vínculos, su vida comunitaria, su trabajo, sus proyectos. Todo es igual, nada es mejor, como diría Discépolo. Así se nivelan un crimen, un asalto, la transferencia de un futbolista, la pelea entre dos figuritas intrascendentes de la farándula, el romance entre otras dos, el acto corrupto de un funcionario, el anuncio de un proyecto gubernamental que influirá en su vida, el exabrupto de algún famoso a la búsqueda de una primera plana, un descubrimiento de la ciencia, un pseudo avance tecnológico, etcétera. En ese alud en el que todo convive revuelto, lo importante suele perderse y lo banal acostumbra a ganar espacio y tiempo. Tiempo irrecuperable y precioso que pierde quien queda hipnotizado por la andanada de información sin filtro.

“Es estar siempre ´on´, recibir centenares de informaciones cada día, a las que no puedes dedicar tiempo. Es no poder profundizar en nada, y saltar de una cosa a la otra”

Y se pierde algo aún más valioso, lo cual es muy grave. El pensamiento crítico, la capacidad de analizar, de reflexionar, de estimar, de destilar. Tristan Harris, filósofo de la tecnología que trabajó en Google y que, por conocerla desde adentro, es muy crítico de esa compañía dedicada a distribuir y manipular toneladas de información cierta y falsa, comprobable y mentirosa, aséptica e intencionada, señala que el colapso de nuestra atención producido por la infoxicación nos termina dejando a merced de fuentes que nos manejan y nos convierten en voceros y divulgadores de datos o noticias sobre los que no pensamos y que, muchísimas veces, son emitidos para favorecer intereses que desconocemos.

Como bien señala el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han, en su libro “En el enjambre”, acumular indiscriminadamente información no significa saber más. El camino hacia la certeza, hacia el encuentro con una verdad que de veras nos resulte nutriente, es, según Han, exclusivo y selectivo. La información, en cambio, es acumulativa y asertiva, mucho más cuando, como ocurre, nos llega sin el menor aditamento de reflexión o con reflexiones elementales y pedestres. El proceso por el cual llegamos a saber la verdad acerca de algo o de alguien requiere atención y paciencia, es lento, resulta opuesto y ajeno a la pereza intelectual. Forzosamente nos obliga a discernir, a pensar por cuenta propia, a descartar, a priorizar, a comprender qué es lo que necesitamos saber y para qué. Si nos tragamos todo lo que nos disparan, si queremos estar al tanto de todo, si la biblia y el calefón se equiparan en materia informativa, el resultado será que realmente sabremos casi nada de algo y terminaremos infoxicados.

EL VALOR DEL PENSAMIENTO

Detenernos a pensar qué información necesitamos, cómo la incorporaremos, y para instrumentar qué propósito, es una saludable manera de ejercitar el pensamiento crítico. Y de fortalecer el sistema inmunológico para aventar esta peligrosa forma de toxicidad. El exceso de información embota la mente, advierte el filósofo Han, y atrofia la capacidad de pensar y argumentar con claridad. A mayor cantidad de información sin filtro y sin reflexión, menor posibilidad de comprender el mundo, sus circunstancias y sus fenómenos. La capacidad analítica, uno de los dones que nos ofrece el pensamiento, nos lleva a distinguir lo esencial de aquello que no lo es. Y el diluvio de información al que hoy estamos expuestos, escribe Byung-Chul Han, disminuye incuestionablemente la capacidad de reducir las cosas a lo esencial. A partir de cierta cantidad el dulce de leche ya no produce placer, casi no captamos su sabor, y el gusto que llega a nuestro paladar es relajante, preámbulo de la intoxicación.

A partir de cierta cantidad, señala Han, la información deforma. Regresa, entonces, la pregunta: ¿cuánta información necesitamos? Alfonso Cornellas asegura, producto de su investigación, que la mitad de la información que hay en internet es falsa. En cuanto al resto, dentro y fuera de internet, depende de cada uno saber qué necesita, cómo contrastarlo, buscarlo con sentido crítico, ejercitar el pensamiento y valorar el propio tiempo. Necesitamos degustar la información, especialmente la necesaria, y no empacharnos con ella. Informarnos sin deformarnos.

 

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