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Los orígenes de uno de los instrumentos de tortura y muerte más brutales que se conocen se remontan a la Inquisición. Recién el 25 de junio de 1983, hace 40 años, una reforma lo quitó definitivamente del código penal español
Fotograma de “El Huerto del francés” dirigida por Paul Naschy en 1978, en la que se recrea una ejecución con garrote vil / web
El “garrote vil” fue una máquina utilizada para aplicar la pena capital, comúnmente empleada por la Inquisición Española o por el Tribunal de la Inquisición. Se utilizó en España y estuvo vigente legalmente desde 1820 hasta la abolición total de la pena de muerte, aprobada la Constitución de 1978. Las últimas ejecuciones con esta máquina fueron en 1974, y el 25 de junio de 1983, una reforma supuso la desaparición en el Código Penal de la pena de muerte para todos los delitos.
Este sistema de ejecución se usó también en los territorios españoles de ultramar, Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Hoy, la discusión gira en torno a los aspectos éticos de la pena capital, pero hasta no hace mucho tiempo, este tema era incuestionable. La controversia, en cambio, se centraba en España en la forma en que debían llevarse a cabo las ejecuciones: si priorizar un enfoque rápido y humano, preservar la dignidad del condenado o emplear un método más brutal para disuadir.
En tales circunstancias, el común del pueblo español evidentemente favorecía el primer punto de vista. En consecuencia, durante muchos años, el “garrote vil” fue el método de ejecución preferido en España.
El “garrote vil” era un procedimiento para ejecutar a un condenado comprimiendo su garganta con una cuerda retorcida con un palo, con un anillo de metal o presionando el cuello con un tornillo.
En sí mismo, el “garrote vil”, a veces conocido solamente como garrote, no era un instrumento de tortura: era un intento de hacer que la ejecución en la horca fuera más “humana”, según el concepto de la época. En manos de un verdugo competente, un prisionero podría conservar algún tipo de dignidad durante su muerte. Era una forma misericordiosa de dejar morir al preso por estrangulamiento, sí, pero sentado, en contraste con las degradantes patadas en el aire del ahorcado.
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En teoría, el verdugo podría terminar rápidamente con el prisionero, dándole una muerte limpia. Sin embargo, había muchos problemas con este tipo de pena capital cuando el verdugo no era competente o cuando el reo tenía un cuello inusual, por ejemplo, muy grande y musculoso, o en el caso de las mujeres, muy pequeño y delgado.
El libro español de reciente publicación “A garrote vil”, del escritor Juan Eslava Galán en colaboración con la antropóloga Isabel Castro Latorre, recorre con aire desmitificador la historia de las ejecuciones y el dolor.
Sobre el “garrote vil”, Eslava Galán señala que este instrumento “seguramente se inventó en su acepción mecánica en el siglo XVI, pero fue en el siglo XVIII cuando se planteó su uso de manera piadosa para aligerar las ejecuciones y que no fueran tan dolorosas, ni tan largas”.
Así como los franceses inventaron la guillotina para una ejecución limpia, directa y sin fallos y los ingleses, el ahorcamiento, el garrote fue la versión española de una muerte instantánea que, sin embargo por su gran cantidad de errores, se convirtió en la peor leyenda posible. “Lo que ocurre es que, desgraciadamente, del mismo modo que la guillotina y la horca larga no tienen prácticamente fallos, el garrote tiene muchísimos porque depende de un elemento humano que es el verdugo y de las buenas condiciones del aparato. Pero no se estableció para torturar al reo, sino para todo lo contrario: aliviar su muerte”, remarca Eslava Galán.
La prensa escrita presentaba con mucho detalle este tipo de ejecuciones.
Por caso, el diario La Voz de Madrid transcribió en su momento esta dramática conversación que se desarrolló en la cárcel modelo de Barcelona, el 8 de mayo de 1922 a las 12.30:
- ¿Eres tú el verdugo?
- Sí, soy yo.
- Dame la mano -y le pregunta al verdugo tras estrechársela- ¿Tienes hijos?
- Sí.
- Pues lo siento, porque lo pasarán mal. Toma esta naranja que me dio mi padre. Cómela, pero trabaja bien. No me hagas sufrir.
Este diálogo reproducido por La Voz tuvo lugar segundos antes de que el verdugo jefe de la Audiencia de Burgos, Gregorio Mayoral (1861-1928), le rompiera el cuello y la columna a Victorio Sabater con su garrote vil. El reo había sido condenado a muerte por el asesinato de su patrón y el presidente del Consejo de Ministros, “aún compartiendo los sentimientos piadosos de la ciudad de Barcelona”, no quiso concederle el indulto.
La palabra “vil” procede de la Edad Media, cuando el estrangulamiento o muerte a garrotazos se reservaba a los presos que no eran nobles, mientras que estos últimos eran ajusticiados con espada.
Vil, que tiene su origen en la palabra “villano”, se le dice a alguien que actúa de manera ruin y cruel. Sin embargo, “villano” también significa aldeano en español. Durante la Edad Media, la sociedad se dividía en tres grandes clases o estamentos: Nobleza, Clero y Tercer Estado, es decir, el pueblo llano. Mientras que la decapitación con espada se consideraba una pena reservada a los nobles, los “villanos” -habitantes de las villas, es decir, plebeyos- eran asesinados de una forma más vulgar, mediante un torniquete que les rompía el cuello. Por lo tanto, el “garrote vil” se llamó así porque era una forma típica de pena capital reservada para villanos o personas sin privilegios legales.
Para encontrar las primeras referencias a este controvertido método de ejecución, hay que remontarse a la época del Imperio Romano. En ese momento, el garrote era considerablemente menos sofisticado que sus versiones modernas. Básicamente, consistía en una cuerda que pasaba por un poste; dejando de un lado el cuello del condenado a ser estrangulado, y del otro, el torniquete que el verdugo usaba para tensar la cuerda.
Uno de los convictos más famosos del Imperio Romano en morir por medio del garrote -lo que en ese momento se conocía como “laqueus”- fue el político Publius Cornelius Lentulus, condenado a la pena capital en el año 63 a. C. por conspirar contra la República.
Las referencias a la utilización del garrote vil se remontan a ciertos textos de la Edad Media. Incluso durante esa era, el apodo “vil” comenzó a asociarse con él, lo que subraya su uso para ejecutar a los plebeyos. Curiosamente, la nobleza, por el contrario, se encontró con su desaparición a través del método “honorable” de la decapitación, con algunas excepciones, por supuesto. Un caso destacable digno de mención es el de Fadrique de Castilla , cuyo propio hermano, el rey Alfonso X “El Sabio”, decretó su ejecución mediante garrote en el año 1227. Sin embargo, esto es muy discutido entre los historiadores, con algunos que afirman que Fadrique podría haber muerto por asfixia o por ahogamiento.
Otro célebre ejecutado por vía del garrote fue Atahualpa. Cuenta la leyenda que el emperador Inca había sido condenado a morir en la hoguera. Pero viéndose en esta difícil situación, rogó que se cambiara su método de ejecución. Según su fe, el alma moría en el fuego y no podía llegar al más allá si era consumida por las llamas.
Al parecer, el sacerdote que estaba junto a Atahualpa en la horca le ofreció ser bautizado como cristiano y morir por el garrote más misericordioso si se hacía cristiano. Atahualpa estuvo de acuerdo. Así, en la noche del 26 de julio de 1533, los conquistadores ejecutaron al emperador por medio del garrote; aunque ahora el emperador inca se llamaba Francisco, que era el nombre que había adoptado en el bautismo.
Durante años la horca fue el método de ejecución más habitual en España. Pero durante la invasión napoleónica, tanto el rey francés como las Cortes de Cádiz coincidieron en que el garrote era un procedimiento más rápido y menos degradante que la horca.
A finales del siglo XVIII, los franceses habían humanizado sus ejecuciones por guillotina; y los ingleses habían adoptado el ahorcamiento de “caída larga”, que básicamente consistía en dejar caer al condenado desde una distancia considerable, lo que aumentaba las probabilidades de que muriera por rotura de cuello en lugar de por asfixia. Con el mismo propósito humanitario, España sustituyó el patíbulo por el garrote vil para que “el suplicio de los criminales no ofrezca un espectáculo demasiado repugnante a la humanidad y al carácter generoso de la Nación española”.
En esto coincidieron los dos bandos de la Guerra de la Independencia, tanto el francés (Real Decreto de José I de 19 de octubre de 1809) como las Cortes de Cádiz (enero de 1812). Al margen de la intención humanitaria, era posible que el legislador valorara el garrote español como una forma de prevenir el fraude. Hubo demasiados ahorcamientos fallidos por rotura de la cuerda o rotura del palo, en cuyo caso se acostumbraba perdonar al reo. La Justicia comenzó a sospechar que el reo o sus familiares sobornaron al verdugo.
Por otro lado, esta técnica de ejecución permitía que el prisionero permaneciera erguido, en una posición mucho más solemne que la que tendría con la guillotina que estaba tan de moda en Francia en ese momento. Además, el “garrote vil” no daba lugar a ese vergonzoso “pataleo” de quien era colgado para su ahorcamiento. Es decir, se consideraba que el garrote era el método de ejecución más humano posible, dadas las circunstancias.
Sin embargo, el regreso de Fernando VII lo cambió todo. El rey no apreció lo que se hizo en su ausencia, por lo que decidió volver atrás y reinstalar la horca como el método preferido para matar a los condenados. Pero finalmente cedió a la presión social y estableció la adopción definitiva del “garrote vil” en 1832.
En teoría, el garrote primitivo tenía como objetivo causar la muerte a través de un cuello roto, lo que conducía a un coma cerebral inmediato y, por lo tanto, a la muerte instantánea. Sin embargo, en la práctica, la situación a menudo divergía y, debido a varios factores técnicos, había casos en los que el individuo condenado soportaba la agonía prolongada de la estrangulación en sus momentos finales en este mundo. Como resultado, surgió la necesidad de refinar el dispositivo para mitigar tales resultados.
El garrote primitivo, también denominado “de alcachofa”, era un torniquete básico de cuerda empleado para estrangular a la víctima. El verdugo normalmente utilizaría un poste para asegurar a la persona condenada, permitiendo que la cuerda lo atraviese y restrinja su movimiento. La primera mención de un moderno dispositivo metálico, diseñado para comprimir el cuello del condenado contra el poste de apenas unos centímetros de espesor, provocando la muerte rápida y sin sangre del reo, data de 1651. Se lo describe como un “ingenioso instrumento compuesto por dos mitades metálicas, que el ejecutor une girando el tornillo y en un abrir y cerrar de ojos estás en la otra vida”.
Este artilugio permaneció inalterado durante tres siglos, salvo por una notable mejora que vale la pena mencionar: se incorporó un sistema de trinquete, mecanismo que evitaba que el camino recorrido por la manivela retrocediera, por lo que el verdugo necesitaría menos fuerza para hacer lo que hacía.
Posteriormente convivió con un garrote más moderno, aparecido hacia 1880, en el que el collarín se presionaba contra un marco de hierro. El garrote de corredera era un artilugio mucho más robusto y eficaz que el de “alcachofa”. Entre muchas otras cosas, esta variante del garrote incluía la posibilidad de regular la altura, permitiendo al verdugo colocarlo en la base del cráneo, que es una zona mucho más vulnerable y donde la médula espinal se corta con mucha más facilidad.
Otro mecanismo que también habría supuesto una notable mejora y que nunca se oficializó fue una variante que los historiadores han atribuido al verdugo Mayoral, que al parecer lo encontró extremadamente traumático para ejecutar a una mujer. Él mismo calificó la experiencia como un desastre, porque el diámetro del cuello de la condenada era mucho más pequeño de lo que estaba acostumbrado, y eso alargó la ejecución. Con el tiempo, comenzó a agregar algunas modificaciones que hicieron que el método del “garrote vil” fuera mucho más eficiente en su trabajo.
El modelo de Mayoral estaba formado por dos piezas, cada una situada a un lado del poste, y a diferencia del resto de los palos, éste actuaba en sentido contrario. En otras palabras, en lugar de empujar el cuello del prisionero hacia el poste, lo que estaba haciendo era empujar el cuello hacia adelante. Esto permitió que la presión se concentrara en el cuello que había que seccionar y no en la tráquea.
Otro tipo de garrote comenzó a usarse en la Corte de La Habana hacia 1880: era un garrote más evolucionado que los convencionales. En él, un potente tornillo de hasta seis pasos accionaba el corbatín contra un cuello fijo de acero en forma de media luna que comprimía la base del cráneo, a la altura de la primera vértebra, lo que aseguraba la rotura del cuello.
Las últimas ejecuciones realizadas en España con el garrote vil fueron las del alemán Heinz Chez (llamado en realidad Georg M. Welzel), un delincuente común, y el anarquista Salvador Puig Antich en 1974, al final del franquismo. Aunque su utilización estuvo legalmente vigente hasta la abolición de la pena capital con la Constitución de 1978, fue recién en 1983 cuando su uso salió definitivamente de las páginas del Código Penal de España.
Fotograma de “El Huerto del francés” dirigida por Paul Naschy en 1978, en la que se recrea una ejecución con garrote vil / web
La ejecución de los anarquistas de Jerez con el garrote vil / Le Progrès Illustré - 1892
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