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“Los ríos”: una película manifiesto para habitar otro tiempo

Gustavo Fontán estrena su nueva película, indagación acuática de un misterio que se le apareció en la puerta de la casa. Abre el Festival de Cine de Villa Elisa el viernes

“Los ríos”: una película manifiesto para habitar otro tiempo

Los ríos y la luz, protagonistas de la película de Gustavo Fontán

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

22 de Abril de 2025 | 01:20
Edición impresa

Las películas de Gustavo Fontán invitan a menudo a habitar otro tiempo. También “Los ríos”, misteriosa película del director, profesor de la UNLP, donde invita a “recuperar otro tiempo, a darnos el tiempo para”.

“Es una cuestión que me preocupa: todos vivimos en este mundo, yo también soy preso de la velocidad. Pero, ¿por qué? ¿Detrás de qué corremos? Por eso, para mi, esa experiencia del tiempo siempre es algo a pensar”, cuenta antes del estreno de la película, que tendrá lugar el jueves en la porteña Sala Lugones (se verá hasta el sábado a las 21 horas, y desde el domingo al miércoles a las 18) y que se podrá ver en la Ciudad el viernes a las 18, en el marco de la apertura del Festival Internacional de Cine de Villa Elisa (ver aparte), antes de su estreno próximo en los Espacios INCAA.

“Y la experiencia en cine siempre es una experiencia del tiempo. La hipernarratividad, la hiperfragmentación, puede estar bien en una película, pero repetida al infinito acciona en la percepción un aplanamiento. Es eso que vemos en las redes: las cosas pasan, pasan, y no dejan residuo. Y el residuo es la posibilidad de contactarnos con algo íntimo”.

“Los ríos” es un encuentro con esa intimidad, una invitación a habitar otro tiempo, a pensar y experimentar la belleza, una invitación contracultural en tiempos de vértigo, sentidos fosilizados y cines estandarizados. Una película manifiesto, “una película necesaria para mí, una toma de posición frente al mundo: el mundo nos obliga, está en un punto de inflexión”.

La película comienza con una anécdota: el director atendió un llamado a la puerta, y al abrir encontró a un hombre sin palabras, que lo miraba abismado. “Los ríos” “nacen en ese silencio, en esos ojos alucinados y despliegan una memoria del agua, un saber fragmentado de tornados y de orillas, de árboles que crujen, de pájaros que se bañan en la lluvia, de hombres perdidos en alguna isla, de la sombra donde se angosta el río”.

UNA PELÍCULA QUE FLUYE

Al igual que esos ojos, la película se resiste a la reducción: “Los ríos” fluye desde esa primera anécdota, la repite, cambia, como el movimiento del agua, ensayando respuestas a esa mirada a través de imágenes de ríos, de bosques, material propio y reciclado de películas anteriores y momentos de la intimidad del director. Son imágenes tomadas con distintas cámaras, a lo largo del tiempo, “una búsqueda de distintas respuestas” a esa aparición, a ese hombre misterioso que quedó atrapado en la memoria de Fontán.

Como “una imagen no tiene futuro hasta que se asocia con otro”, según dice el director, la imagen del hombre en la puerta quedó allí, paralizada, hasta que cambió el gobierno, “y se me asoció ese hombre a la voz del pescador, Daniel Godoy, que cuenta cómo se extravió en ese tornado”. Archivo de la película “El rostro”, el pescador extraviado anuncia que lo que viene es “negro, negro” y luego se pierde en el tiempo.

- El agua es una presencia recurrente en tus películas. ¿Por qué?

- Nunca hay una respuesta unívoca. Pero podría hablar de recuerdos infantiles, de los ríos de Cosquín, donde pasaba las vacaciones en la infancia y veía el movimiento. Mi papá me llevaba a pescar, pescábamos con una botella con pan: la poníamos entre las piedras para que entraran las mojarritas, y nos quedábamos mirando el río. Desde entonces hay algo en el agua viejo y misterioso: desde ese momento me impacta la forma en que el agua, en movimiento, captura la luz de una manera muy singular, la hace estallar de maneras inesperadas, la vuelve mágica. El agua para mí siempre ha sido eso, fue una especie de impacto infantil. Y ese valor material es muy cinematográfico: todo el tiempo ofrece una forma que puede ser otra. Como el fuego, o el mar.

- Mencionabas el misterio, que creo que es algo que le sienta bien a “Los ríos”. ¿Te interesaba indagar en ese misterio con la película?

- Sí, de hecho, hay un misterio central a partir del cual nace la película: un hombre golpeó la puerta de mi casa, un hombre mayor, en pandemia, me miró extrañadísimo, como quien mira una aparición, le pregunté qué necesitaba, me miró, me miró… y se fue. Esa anécdota, que está al inicio de la película, es real, y duró en mi memoria: algo se imprime en la memoria y reclama narración, un relato, conjeturas. ¿Qué había en ese silencio? ¿Qué quería decir? La película surge de ese misterio, aunque de ningún modo intenta develar el misterio, sino conjeturar. Por eso hay distintas reiteraciones de esa aparición, y distintos movimientos a partir de esa aparición: el arte despliega respuestas posibles, conjeturas, sin dar respuesta a ese misterio, eso que permanece escondido y que pone en movimiento. Y está bien que permanezca oculto, porque lo que importa es eso que pone en movimiento, no encontrar la respuesta.

- El agua, comentabas, se asoció con el misterio del hombre en silencio y el relato del pescador Godoy. Y mencionabas que ese ese relato del pescador perdido en el tornado volvió a vos con el cambio de gobierno. ¿Por qué?

- La aparición de este hombre, su silencio, permanecía en mi cabeza, y con el cambio de gobierno recordé el relato del pescador. Y buscando un relato para esa asociación, me preguntaba cómo hacer una película a partir de esa asociación, a partir de esa “negrura”, no quería hacer una película terrible, bastante terrible es la realidad. Entonces decidí conjeturar una propuesta, que no estará, pero que le dará el sostén emotivo a la película: conjeturé que lo que el hombre vino a decirme es “no te olvides de la belleza. Viene negro, pero no te olvides de la belleza”. Entonces, la película es mi respuesta frente a esa coyuntura. Para eso, los poetas iban a asistirme, para pensar la belleza, no la de la postal, sino la profunda, la que la poesía puede capturar. El cine puede trabajar con la poesía con la percepción liberada del argumento: lo que ofrece una película puede ser una experiencia, no un argumento. Allí, el cine se vincula con la experiencia poética, que viene a develar algo que no lo entiendo racionalmente. El cine tiene esa capacidad: Buñuel decía “el cine es un instrumento de poesía”. Después el mercado llevó a que el cine quedara atrapado en la narración clásica.

- El mercado ha encorsetado al cine, es cierto. ¿Cómo ves el futuro del audiovisual?

- Como todas las cosas del mundo, está muy signado por la idea de mercado, que es siempre empobrecedora. No es que uno no quiera que la película se vea, a veces esas cosas se confunden. Pero el mercado dice que a la gente le interesa ver ciertas cosas, el cine como entretenimiento, y no la expectativa de que una película te transforme. Ese es un problema para el mundo: los relatos audiovisuales alcanzan a una inmensa mayoría de la población mundial, y tengo la sensación de que a medida que se aplana la percepción, se favorecen las políticas de saqueo. Porque perdemos un poco lo humano, dejamos de creer en las esperanzas, perdemos el poder crítico, el poder de pensar que las cosas pueden ser de otra manera.

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