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Japón: una cultura lejana pero familiar, de la que tal vez tengamos algo que aprender

Aunque geográficamente distante, el país asiático se revela cercano en sensibilidades cotidianas que resuenan con lo argentino: el cuidado del detalle, la cortesía en los gestos mínimos y una ética del esfuerzo silencioso

Japón: una cultura lejana pero familiar, de la que tal vez tengamos algo que aprender

Flores de cerezo y castillo en Himeji / Freepik

LUCIANO ROMÁN

11 de Mayo de 2025 | 07:10
Edición impresa

Cualquiera que camine con ojo atento por los pasillos de la Feria del Libro se encontrará en estos días con un dato llamativo: los stands dedicados al manga, el cómic japonés, están desbordados de jóvenes. Puede parecer solo una curiosidad, pero es el reflejo de lo atractivos que resultan, para las nuevas generaciones, algunos aspectos de esa lejana cultura del lejano oriente. ¿Atraen solo por la creatividad y el exotismo o porque abren, de alguna forma, una ventana a un mundo diferente que tiene algo que enseñarnos? Es difícil saberlo, pero apenas se intenta una aproximación a Japón se ve a una sociedad compleja, fascinante, con rasgos que producen admiración y otros que resultan difíciles de decodificar.

Chicas y chicos jóvenes suelen usar kimonos para ceremonias especiales, pero también para encuentros familiares o salidas de fines de semana / EL DIA

El furor juvenil por el manga y el animé agrega un eslabón de familiaridad con una cultura que ha ganado terreno en nuestra vida cotidiana. La gastronomía japonesa, con el sushi como símbolo, dejó de ser una rareza o una extravagancia de nichos urbanos, como parecía a principios de los años noventa. Hoy los adolescentes del conurbano toman té de matcha y escuchan J-pop, mientras la literatura de Murakami o de Kawabata, entre otros autores, ocupa un lugar destacado en las listas de best sellers de nuestras librerías.

Los 20.000 kilómetros que separan a La Plata de Tokio, sin embargo, no son solo una distancia geográfica. Representan un abismo cultural que vale la pena explorar con vocación de aprendizaje. Mientras los países tienden cada vez más a parecerse unos a otros, Japón es “otro mundo”. Los vínculos sociales son diferentes, las personas tienen otra relación con el tiempo, con el trabajo, con el sexo, con la religión, con el poder, con la naturaleza y con los animales, con los muertos y hasta con sus parejas y sus hijos.

En una primera aproximación, lo que más llama la atención de un argentino es la pulcritud y la corrección con la que funciona todo. Influye, seguramente, la estrechez territorial: son casi 130 millones de personas en un territorio con un 70% de montañas. Es una superficie apenas mayor que la de la provincia de Buenos Aires con una población que casi triplica a la de toda la Argentina. Tal vez por eso son los reyes del minimalismo.

Condicionados también por las tragedias y las barbaries del pasado, los japoneses le rinden culto al orden, a la convivencia armónica y al respeto en el espacio público de una manera casi obsesiva.

Basta caminar por ciudades como Tokio (donde viven unos 14 millones de personas), Osaka, Kioto o Hiroshima para advertir rasgos culturales completamente reñidos con la agresividad y la prepotencia que se han naturalizado en la vida pública argentina. Lugares de circulación multitudinaria, como las estaciones de trenes o los estadios de baseball, lucen como espacios serenos, seguros y silenciosos, en el que todo fluye con una simetría que parece planificada.

Horizonte de Tokio con el puente Rainbow y la torre de Tokio / Freepik

Es un país que, después de haber sufrido, pero también de haber provocado los horrores de la guerra, hoy cultiva el pacifismo en todas sus dimensiones. Tras la Segunda Guerra Mundial dejaron de tener ejército para quedarse solo con Fuerzas de Autodefensa. Pero más allá de la geopolítica, el pacifismo se nota en las calles, donde el respeto, la subordinación a la norma, la humildad y la actitud servicial se observan a simple vista. Las propias formas del saludo dan cuenta de esa cultura: los japoneses no se dan la mano, sino que se saludan con una reverencia. Es una gestualidad que expresa la consideración por el otro, al que se trata siempre con delicadeza y con cuidado, tanto en la dialéctica como en las formas corporales. Encontrar a un japonés que grite es tan exótico y difícil como toparse con una jirafa en el metro. Tal vez un dato resulte ilustrativo: durante las manifestaciones y protestas callejeras, que son muy esporádicas, la policía circula con vehículos equipados con sonómetros y vigila que los megáfonos no superen, en ningún caso, los niveles de ruidos permitidos en cada zona.

La japonesa es una sociedad metódica, donde a las formas se les atribuye un valor supremo. La descortesía se considera una falta grave; no porque sean anticuados ni artificiosos, sino porque entienden que en el modo de tratarse reside una viga fundamental del sistema de relación. Es una sociedad moderna en muchos aspectos, pero con un fuerte sentido de la tradición y del legado. El Japón del siglo XXI se siente heredero y continuador de una cultura milenaria.

Las ceremonias son un engranaje central de la cultura japonesa: una es la tradicional ceremonia del té, que simboliza el rito del encuentro y de la pausa, pero en las nimiedades cotidianas también hay algo de ceremonioso. El dinero se entrega, hasta en los negocios de barrio, en una pequeña bandeja. Es una forma de honrarlo como símbolo del esfuerzo y de la prosperidad. En la práctica, al no circular de mano en mano, los billetes, aún con muchos años en la calle, lucen como recién salidos de la casa de la moneda. Los taxistas llevan gorra, uniforme y guantes blancos, como los choferes de colectivos o de tranvías.

Japón venera a los ancestros y tiene por los mayores, tanto en las familias como en la vida pública, un respeto reverencial. Ve en ellos un enorme capital de experiencia y una mirada que siempre puede ser enriquecedora. En cualquier corporación, los que se jubilan pasan a integrar una suerte de comité de consulta al que las nuevas generaciones recurren en busca de orientación y consejo.

Trajes típicos, muy comunes de ver en las calles de Kioto / EL DIA

No es, por supuesto, una sociedad perfecta. Lidian con serios problemas derivados de un régimen laboral ultraexigente y competitivo, basado en esquemas jerárquicos muy rígidos, en el que muchas veces pesa, también, cierto conservadurismo y códigos poco permeables a lo multicultural. Altas tasas de alcoholismo, desórdenes psiquiátricos, adicción al juego (aunque está prohibido) y elevados índices de suicidio suelen asociarse a esos rasgos, en los que “no encajar” puede implicar un alto precio. Un argentino que trabaja para una empresa japonesa observa que, así como son admirables en muchos aspectos, en el ámbito laboral suelen sofocar la creatividad en función de la disciplina. Y cree que eso ha influido para que hoy estén un poco rezagados en el desarrollo de tecnología de punta.

En el plano político-institucional, Japón es una vigorosa democracia parlamentaria, pero rige un virtual sistema de partido único con componente religioso. La extraña figura del emperador, limitada a meros ritos protocolares, remite a estructuras institucionales que suenan anquilosadas para el republicanismo moderno. La familia imperial ejerce una influencia simbólica, pero prácticamente no aparece en público (salvo en ocasiones especiales) y habita detrás de los muros de un palacio hermético en el corazón de Tokio. Una de las actividades principales de la emperatriz es mantener una tradición milenaria: la cría de gusanos de seda.

Japón enfrenta también el complejo desafío de una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. En 2024 registró la menor cifra de nacimientos desde 1899, cuando empezaron a recopilarse esas estadísticas. Influyen cuestiones económicas, pero también culturales: los matrimonios japoneses casi no tienen relaciones sexuales. Son enormes las industrias vinculadas a la pornografía, el fetichismo y la prostitución. Es culturalmente aceptado que hombres y mujeres busquen la satisfacción sexual por fuera del matrimonio.

Aunque cada vez son más frecuentes los casamientos con extranjeros, no es algo que la mayoría de las familias asimile con naturalidad. La integración de los inmigrantes suele ser complicada y muchos se quejan por lo que perciben como actitudes discriminatorias enquistadas en la sociedad japonesa.

Hay costumbres que resultan especialmente llamativas desde una perspectiva occidental. Las familias, en general, conviven en sus casas con las cenizas de sus muertos, a los que rinden homenaje con puntualidad semanal. No pueden irse de vacaciones y dejar solos a sus antepasados, de manera que se organizan para que otros integrantes de la familia se hagan cargo de honrarlos con su compañía. Con los niños también hay hábitos que resultan lejanos para nuestra cultura familiar: es frecuente que desde los 6 o 7 años anden solos por la calle, y que incluso tomen el metro sin compañía de un adulto. Responde a la idea de que, desde muy pequeños, se les debe inculcar la autonomía.

Una mujer en kimono japonés tradicional en el Santuario Fushi / Freepik

Las ciudades son seguras, con bajísimos índices delictivos, pero varias compañías ferroviarias y algunas líneas de metro tuvieron que incorporar en horas pico vagones exclusivos para mujeres por una ola de quejas y denuncias por acosos y manoseos. Aunque la violencia política no existe y tienen una tasa ínfima de homicidios (0,2 cada 100 mil habitantes, contra 4,3 de la Argentina y 6,3 en EE.UU.), en 2022 el país se conmocionó con el asesinato del ex primer ministro Shinzo Abe, cometido por un atacante solitario en medio de un acto de campaña.

Pero si hay algo que caracteriza a Japón, además de la estabilidad y el desarrollo económicos, es un modelo de convivencia armónico y civilizado, junto a un arraigado sentido del orden. El apego a las normas cívicas se transmite en las escuelas desde edades muy tempranas. No se trata solo de costumbres sino de valores: en el mundial de Qatar, los simpatizantes japoneses sorprendieron al mundo cuando, después de cada partido, se quedaban en las tribunas recogiendo la basura. Más que un hábito, es la expresión de una cultura que cree que el orden, la higiene y el respeto deben construirse y garantizarse entre todos. Hay que ver los baños públicos de Tokio (retratados en Días perfectos, una película genial dirigida por Wim Wenders) para tener la prueba de una sociedad que se cuida y se respeta a sí misma.

En las ciudades japonesas no hay cestos de basura en la vía pública; tampoco en las estaciones de tren o de subte. El concepto es que cada ciudadano se hace cargo de sus propios residuos: los lleva a su casa, donde se clasifican rigurosamente. Japón está a la vanguardia en materia de reciclado y preservación del medio ambiente. A la naturaleza se le atribuye un valor asociado a la espiritualidad.

Baño público en Tokio. Son pequeñas joyas arquitectónicas que se mantienen absolutamente pulcros / EL DIA

Los japoneses tienen una filosofía que impregna tanto la política como la actividad social y laboral: se define como gaman, y alude a una actitud de paciencia, tolerancia y dignidad frente a los avatares y adversidades de la vida. Es algo que proviene del budismo zen, una de las religiones más gravitantes en Japón junto con el sintoísmo, un culto animista y politeísta que adora a los animales y a los espíritus de la naturaleza. No son abstracciones ni meras categorías religiosas: el gaman se percibe al subir a un colectivo, donde el chofer es capaz de desplegar una infinita paciencia frente a un turista que no habla japonés y no sabe cómo pagar sin tener “la SUBE” del lugar. Se lo advierte también en cualquier espacio de alta concentración de público, donde nadie atropella y todo fluye en una especie de coreografía sincronizada. Es una cultura que pone la armonía por encima del conflicto y el diálogo por encima de la confrontación. Eso les ha permitido levantarse tras los estragos de la guerra y la devastación de los terremotos.

A través de la música, de la historieta y del cine, de la gastronomía y de los libros, millones de argentinos hoy están más cerca de Japón. Mirar su cultura con humildad, y a la vez con vocación de aprendizaje, puede ser una experiencia enriquecedora. En el siglo XIX, un viaje a los Estados Unidos transformó la visión de Sarmiento sobre la educación, la política, la economía y el urbanismo. Hoy el mundo es más complejo, pero una mirada a Japón tal vez sea imprescindible para comprender una parte de él.

Dato
En Japón viven casi 130 millones de personas en un territorio con un 70% de montañas, una superficie apenas mayor que la de la provincia de Buenos Aires con una población que casi triplica a la de toda la Argentina. Solo en Tokio, viven unos 14 millones de personas.

 

Precios para tener en cuenta

La moneda japonesa es el yen. Hoy la cotización es de unos 146 yenes por dólar.

Un pasaje de Buenos Aires a Tokio, vía Canadá, cuesta en temporada baja (de septiembre a marzo) unos 1800 dólares ida y vuelta en clase turista.

Los alojamientos en ciudades como Tokio u Osaka, a través de Airbnb, oscilan entre 120 y 220 dólares diarios (un departamento para cuatro personas).

Los alojamientos tradicionales se llaman ryokan. En general son de buena categoría y tienen un valor histórico, con el estilo y la arquitectura típicos de Japón. En ese segmento, los valores para cuatro personas son del orden de los 500 dólares diarios. Pero valen la pena.

Por ese valor, en ciudades como Koyasan (cuna del budismo) los viajeros se pueden alojar en templos, donde además se comparte el rito, la comida y las costumbres de los monjes.

Las opciones gastronómicas son infinitas. Pero se puede comer sushi de alta calidad por 50 dólares por persona. En cadenas de restaurantes, una buena comida puede costar 15 dólares por persona.

Starbucks es tan popular como en cualquier ciudad europea: un Flat White grande cuesta 4 dólares.

 

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