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Policiales |HORROR EN ARTURO SEGUÍ

“Los dólares o tus dedos”: una banda lo torturó y le vació las cuentas

Un artesano de 58 años fue sorprendido por dos delincuentes armados, que irrumpieron en su vivienda cuando cenaba. Lo tiraron al suelo, le pegaron y amenazaron con arrancarle las falanges con un cuchillo

“Los dólares o tus dedos”: una banda lo torturó y le vació las cuentas

El delito pega fuerte en la periferia. Ahora en 207 entre 415 y 417/ Web

16 de Julio de 2025 | 03:05
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Una noche que parecía tranquila se convirtió en una verdadera pesadilla para un hombre de 58 años, que fue víctima de un brutal asalto en su vivienda de la localidad platense de Arturo Seguí. El hecho ocurrió cerca de las 22 horas, en una casa ubicada en 207 entre 415 y 417, mientras la víctima terminaba de cenar y trabajaba en su computadora. El silencio del hogar fue interrumpido por un estruendo seco: un violento golpe contra la puerta principal, que lo hizo levantarse instintivamente para ver qué ocurría. Al acercarse, lo que vio del otro lado del vidrio heló su sangre: dos hombres encapuchados y armados exigían, a los gritos, que abriera la puerta.

Preso del miedo, sin margen para pensar, el hombre obedeció. En segundos, los delincuentes irrumpieron a los gritos y patadas, lo arrojaron al suelo y comenzaron a golpearlo. “Dame los dólares, te vendieron, sabemos que tenés plata”, repetían una y otra vez. Aunque él intentaba explicarles que solo se dedicaba a la artesanía y que no tenía dinero, los agresores no le creían. Uno de ellos, bajo de estatura, lo inmovilizaba mientras el otro, más alto, revolvía la casa con una furia descontrolada. En medio del caos, logró recordar que guardaba 240 mil pesos en efectivo, y se los entregó con la esperanza de que se fueran. Pero el calvario recién comenzaba.

Lejos de retirarse, los delincuentes se comunicaban por handy o celular con alguien más en el exterior, revelando que no estaban solos. Una voz desde afuera urgía: “Dale, vámonos, no ves que no tiene nada”. Sin embargo, entre los propios ladrones surgieron desacuerdos: uno pedía abandonar el lugar, el otro insistía en seguir buscando. El nivel de violencia escalaba minuto a minuto. Lo empujaron nuevamente contra la pared, lo tiraron al suelo, y uno le mostró un revólver con el tambor abierto y las balas cargadas: “¿Ves que tengo balas?”, le dijo en tono amenazante mientras se las enseñaba a centímetros del rostro.

Los asaltantes tomaron su teléfono celular y, tras obligarlo a desbloquearlo, cambiaron la contraseña y accedieron a todas sus aplicaciones. Así descubrieron que tenía 120 mil pesos más en su cuenta de Mercado Pago. La desesperación de la víctima aumentaba con cada movimiento de los intrusos, que no encontraban saciada su avaricia. Se dirigieron entonces a la parte trasera del terreno, donde hay una segunda vivienda. Rompieron la puerta e ingresaron con violencia, como si tuvieran carta libre. Revolvieron todo: tiraron cuadros, abrieron muebles, levantaban cada objeto buscando una supuesta caja fuerte que jamás existió.

A esta altura, el hombre permanecía inmóvil, tirado en el suelo, con el cuerpo dolorido por el maltrato que estaba sufriendo. Uno de los asaltantes tomó un cuchillo de cocina y lo amenazó: “Te vamos a cortar los dedos, decinos dónde está la plata”, gritó con los ojos desorbitados. Desde afuera, la voz del cómplice volvía a insistir: “Apúrense, va a venir alguien”. Entonces lo llevaron al baño, le ataron las manos con una remera y lo dejaron tirado. Uno de los ladrones le dijo: “No mires para ningún lado, ahora nos vamos a la casa de al lado. Te va a ser fácil desatarte”. Y desaparecieron en la oscuridad, sin que la víctima pudiera ver en qué dirección escaparon.

Pasaron varios minutos eternos hasta que el hombre, como pudo, logró desatarse. Aturdido, en shock y con los nervios destrozados, llamó a la Policía. Cuando revisó su casa, constató que los delincuentes se habían llevado su celular, una notebook, dos mochilas y un reloj. Más allá del botín material, se llevaron algo más difícil de recuperar: su paz.

Las autoridades investigan el hecho bajo la hipótesis de una “cacería”, modalidad utilizada por bandas experimentadas que eligen sus víctimas al azar, confiando en la improvisación y en su capacidad de intimidar con extrema violencia. El accionar de los asaltantes fue rápido, certero, sincronizado. Cada palabra, cada amenaza, parecía ensayada. Una puesta en escena tan aterradora como efectiva, que convirtió una noche cualquiera en un infierno del que este hombre, por fortuna, logró salir con vida.

 

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