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“Tesis sobre una domesticación” tenía que ser “salvaje, generar calentura”, dice su director

Javier Van de Couter dirige la adaptación de la novela de Camila Sosa Villada, protagonizada por ella misma. En diálogo con EL DIA, habló del intenso proceso de adaptación y rodaje, del cual "no podíamos salir ilesos"

“Tesis sobre una domesticación” tenía que ser “salvaje, generar calentura”, dice su director
Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

3 de Julio de 2025 | 01:48

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“Tesis sobre una domesticación” dice su director, Javier Van de Couter, “es una película que propone incomodidades, tensiones. Entonces, no podíamos salir ilesos de este encuentro”: el cineasta adapta la novela de Camila Sosa Villada, novelista y actriz, que protagoniza la película, y con quien había trabajado hace más de una década. Y volaron chispas, para que el proceso de adaptación no sea, justamente, una domesticación: potente, sin lugar para la timidez, la película no hace concesiones, aunque, reconocieron tanto actriz como cineasta, hubo consecuencias, rispideces quizás inevitables, quizás necesarias.

Van de Couter y Sosa Villada, que estrenaron la película en Bafici y la mostrarán ahora en el Espacio Queer, esta noche, tenían una historia compartida antes de la adaptación: él la dirigió a ella en “Mía”, su primera ficción en cine, aunque desde entonces ella ha estado más bien alejada del circuito porteño y cinematográfico, haciendo teatro en Córdoba y, claro, escribiendo. Los dos se reencontraron, cuenta Van de Couter en diálogo con EL DIA, en la presentación de la novela para la biblioteca Soy, de Página/12: “Uno de los capítulos me conmovió un montón, y hablando con ella, me confundí y le decía ‘la película’ en vez de la novela. Y me preguntó si quería hacer la película, y le dije que sí, que estaba loco por hacerla, por pensar cómo adaptarla. Pero solo la hacía si ella la adaptaba conmigo y era la protagonista”.

Después de algún tira y afloje, empezó el trabajo, “el juego”, todos los domingos: 8 horas de trabajo, de discusiones sobre cómo llevar a la pantalla la historia de esta exitosa actriz sin nombre de la novela, casi un alter ego de Sosa Villada, que se casa, adopta a un chico y doméstica su pasado, hasta que, claro, el pasado vuelve a buscarla.

Llevó tiempo, mucho, dice el cineasta de “Implosión”, que trabajó también en la serie sobre Cris Miró. “La novela tiene muchos puntos de vista, el montaje se volvió fundamental. Y no quería ir hacia el pasado de los personajes, solo por un momento… Fue un trabajo arduo, encontrar ese pulso que tiene la película”, explica. El rodaje también tuvo sus rodeos, “las complejidades que implica tener una actriz que además es autora de la novela, que además adaptó la obra, y que además es productora de la película. Pero un poco me intrigaba esa parte: una escritora que tiene que pasar de medios, con una historia tan personal, aunque no sea biográfica, y que tiene que ser dirigida, después de escribir la adaptación… Donde uno escribe una cosa, el director ve otra. Una cosa es la literatura y otra cosa es el cine. Si bien están ligadas por por por por por ella, eh bueno, son dos obras distintas”.

“Y es imposible que no haya tensión cuando contás una historia que tiene ocho escenas de sexo”, sigue. “Escenas que no es que están puestas para contar que los personajes cogen, están puestas para contar capas de los personajes, para mostrar también cómo esas formas de erotismo se van domesticando a partir de la llegada del hijo. Entonces, era una película que proponía incomodidades, tensiones: no podíamos salir ilesos de este encuentro”.

- Mencionás el erotismo que tiene la película: por un lado acompaña el relato de esa domesticación, pero, por otro lado, ¿te interesaba hacer un cine menos domesticado, ir en contra de un cine domesticado?

- Absolutamente. La novela tenía un erotismo muy explícito, y a mi me erotizó eso: ese era un aspecto de la actriz y de los personajes muy contundente, que tenía que estar pensado desde lo salvaje, desde lo intuitivo, desde lo que ella no quiere perder en esa domesticación, que es un poco del goce. Hay algo en la domesticación donde esa travesti tiene miedo de perder algo de su esencia: entonces, llevar esas escenas a la pantalla requería también de no estar muy domesticados. Tenía que ser bastante salvaje, no traicionar esa esencia que tenía la novela, de generarte como lector una calentura. 

- Hay un montón de escenas eróticas en el cine, pero tengo la sensación de que cuando yo era un pibe había un mundo mucho más abierto, y pasó algo ahí en el medio… Habrá que analizarlo, pero el cine se volvió mucho más tímido. 

- Coincido. Yo no vengo de un lenguaje técnico, no estudié en una escuela de cine, vengo del lenguaje de la actuación, en donde uno pone el cuerpo, e identifico mucho miedo en lo intenso, no solo en el erotismo: hay algo que se empezó a domesticar. Y quería ensuciarme las manos con esta novela, tenía que trasladar a la película esa esencia, esa esencia travesti también, que no lo veo solo lo sexual, lo veo en la manera de atravesar una historia, una narrativa, un drama. Se tiene mucho temor a ese drama, así que decidí ponerme más como un voyeur, como si fuera la tercera persona de la novela: en “Mía, vos veías a través de los ojos de la protagonista, pero acá hay una tesis fílmica también, ella está vista por esa tercera persona, está vista por esa distancia que tiene la observación que hace la película sobre su personaje. Incluso el departamento es teatral: es como una actriz haciendo la escena en varias oportunidades de su vida, incluso las más sexuales, dramáticas, y además uno puede identificar ese corrimiento que en un momento se une, y no sabes cuál de las dos está ahí. La novela ya tenía esto: este personaje principal que es sumamente contradictorio, incluso creo que hasta es un enigma para ella misma. Lo que trabajamos mucho con Camila era como bordear la contradicción: como contar con una mirada, con lo compleja que es una mirada que puede transmitir un pensamiento, esa contradicción. En la mirada uno encuentra la contradicción: entre ser madre o ser una actriz, entre la familia y el trabajo, esa tensión entre el pasado y el presente, ese pueblo, esa ciudad. Y nosotros no sabíamos las respuestas, algunas las encontramos en el set, o ahora en la pantalla… Y creo que para un espectador un poco adormecido, ver esa contradicción en pantalla puede ser un desafío. 

- Hablando de incomodar, de desafiar miradas, al momento del estreno de la película hay una mirada represora que está volviendo, argumentos que vuelven… ¿Es una película bomba para este momento del país?

- Las cosas llegan en el momento que tienen que llegar. Con “Mia”, me pasó que se estrenó una semana antes de que se sancione la Ley de Identidad de Género y se la llevamos a Diputados para que vean la película, porque sentíamos que era una bomba emocional. Quizás no cinematográfica, pero sí emocional. Algo te iba a pasar con la película. El cine a veces tiene esa misión a veces más consciente, a veces más inconsciente, ¿no? Ahora, creo que se fueron muchas cosas de las manos, y la película viene a decir: "Gozamos, vivimos, tenemos guita. Estamos acá y te la tenés que bancar. Y si te descuidás hacemos mejores negocios que vos, también”. Para mí, eso lo dice la actriz, y creo que es una de las cosas que puede llegar a incomodar, el poder que tiene ese personaje, que desafía esa mirada del éxito: estamos acostumbrados a una narrativa compasiva en relación a las personas trans, a las disidencias, el gay sufre, el trava se prostituye abajo del puente… Por eso también les escatimé tanto al pasado de los personajes: no quería justificar nada de ese personaje. No me importaba como ella había ganado todo ese privilegio que se ganó. Me gustaba que fuera políticamente incorrecta, me gustaba que no fuera tan empática. Esta no es la realidad de muchas de las chicas trans, desde ya, pero me parece que es un gesto político.

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