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“The last dance”
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
Son las 3.50 de la madrugada del lunes, y una pequeña comunidad de argentinos está despierta. No es el insomnio pandémico: están esperando el momento en que Netflix lance los nuevos episodios de “The Last Dance”, la serie sobre los Bulls de Jordan.
Apenas termina la sesión del día, a las 6, se lanzan a Twitter a comentar ese momento en que Jordan, descorazonado y campeón, abraza la pelota y recuerda a su padre: la serie documental genera una expectativa que no se vive con la mayoría de los lanzamientos de la N roja, y el calor de una pequeña comunidad de seguidores que trasnochan no para ser adelantados, sino porque no pueden esperar. Es un fenómeno, y esconde una de sus claves en no haber lanzado la temporada completa a los tiburones que son los televidentes en cuarentena, sino en ir estrenando, lunes a lunes, dos capítulos.
Es que la cultura del “atracón televisivo” le ha hecho mal a la pantalla. La posibilidad de ver una temporada completa, cuando el televidente lo disponga, cambió todo: las series pudieron explorar algunas nuevas libertades, sin estar confinados a límites de tiempo o la necesidad de terminar cada episodio con un interrogante a resolver la semana que viene; y el público mutó y abrazó la independencia de los tiranos horarios de la tevé tradicional.
El modelo Netflix creó así nuevas costumbres, pero también un nuevo monstruo, exacerbado en esta cuarentena que nos ha vuelto adictos al entretenimiento, a la necesidad de distraernos de nuestras cuatro paredes y de la incertidumbre que nos espera afuera: el público quiere más, más, más, y por ende las plataformas lanzan más, más y más. Calidad se impone a cantidad, y el público consume y descarta las series, como si fueran comida rápida. Y por su forma de producción se confunden esas “cenas” bajas en proteína: ¿cuántos se encuentran, dos o tres días después de haber visto una serie, intentando recordar los pormenores de su trama? La televisión se vuelve un continuo, toda igual: olvidable.
Por eso, el modelo de un episodio por semana, aparentemente muerto, vuelve ahora con fuerza: fenómenos como “Game of Thrones”, “Chernobyl”, “The Last Dance” y “Bake Off” son testimonio de las bondades de cocinar a fuego lento, inscribiéndose con mucha más fuerza que el fast food atraconado en la historia de la tevé, alimentado el fuego por ese feedback de largo aliento con su comunidad de fanáticos: semana a semana miles de comentarios, memes y videos se intercambian tras cada episodio, haciendo crecer el boca en boca de una forma que la explosión de corta duración del modelo Netflix no puede provocar.
Pero por sobre todo, las series que estrenan un episodio por semana nos han hecho reencontrarnos con un viejo valor de la caja chica: seguro, fue, es y será un medio para vender chicles, licuadoras y cremas humectantes, pero también supo ser, y a veces sigue siendo, un espacio común, ese eje alrededor del cual se reúnen las personas y crean una comunidad, incluso en estos tiempos, donde estamos todos separados: porque, al menos, estamos tuiteando lo mismo. Conversando.
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