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La autora de “Una casa llena de gente” regresa con “Algunas familias normales”, un libro cuyos relatos trazan una cartografía tan bella y filosa como perturbadora
La escritora Mariana Sández / Gentileza Alejandro Guyot / cf / Télam
A la escritora Mariana Sández le gusta narrar la extrañeza, no la que surge de los universos remotos o antojadizos de la ciencia ficción sino la que habita subrepticiamente en los bordes de la cotidianeidad: de algunos de esos extravíos da cuenta en los relatos de “Algunas familias normales”, donde con pulso sigiloso capta ese momento preciso en que dos hermanas inseparables se enemistan por alterar el recorrido de la caminata diaria o cuando un taxista secuestra a una mujer y su hija para obligarlas a funcionar como una familia.
Si en su obra anterior -la novela “Una casa llena de gente”- lo que irrumpía como una trama maleable y viscosa era la identidad de una mujer muerta que reaparecía en la memoria de su hija a través de unos diarios autobiográficos, este libro de Sández alumbra la letra chica de las estructuras familiares, la banalidad reveladora que persiste en algo tan tedioso como una reunión de consorcio y los vínculos entre vida y literatura, esa suerte de retroalimentación que en el caso de la autora parece tomar la forma de una simbiosis inevitable.
“Como sociedad construimos la normalidad porque le tememos a lo que queda fuera del cuadro, a lo que no se controla, por miedo a lo que nos pueda perjudicar o hacer sufrir”, dice la escritora a propósito de este volumen de cuentos que tuvo una módica circulación en 2016 y que regresa ahora con dos agregados en la versión que acaba de lanzar el sello Compañía Naviera Ilimitada.
Con una prosa filosa que se percibe entrenada en la elección de las frases, en “sus combinaciones, sus retorcimientos”, Sández delinea una cartografía que instala la perturbación como el reverso posible de una decena de historias que tienen lugar en escenarios cotidianos como una oficina, un edificio o una casa. Allí se produce un acontecimiento que disloca lo real y enrarece la secuencia, como la pareja de enanos cuya actitud festiva en “Para que no sobre tanto cielo” contrasta con la de la familia atravesada por rispideces, el hombre que en “Foto de familia” secuestra a una mujer y su hija para convencerla de que puede ser un compañero ideal y a la vez un padre perfecto para su hija o aquel que en el cuento que da título al libro intenta descorrerse de la figura de ese padre desapegado y un poco lumpen pero termina replicando su comportamiento errático.
“Mientras la normalidad es cómica, la anomalía es elegante, sugerente, turbadora”
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El clima de los relatos congenia con la definición que el escritor español Enrique Vila-Matas -lectura obligada y persistente para Sández- aportó para la contratapa del texto. “Mientras la normalidad es cómica, la anomalía es elegante, sugerente, turbadora: tiende, igual que la hiedra, a leer la realidad como un constante cambio de cuerpo, de textura”, delinea el autor de una treintena de obras como “Bartleby y compañía” o “Doctor Pasavento”.
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