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Jorge Colina*
eleconomista.com.ar
El Presidente de la Nación le declaró la “guerra a la inflación”. Para usar una metáfora tan quijotesca significa que preocupa de verdad. El tema comienza con el hecho de que el Gobierno asumió con un severo problema de inflación que el confinamiento por la pandemia desaceleró.
A finales de 2019, la tasa de inflación anual era de 54 por ciento ó 4 por ciento mensual. Repentinamente al cuarto mes, en abril de 2020, la gente es encerrada y la inflación mensual baja al 2 por ciento mensual. En ese nivel se mantiene hasta setiembre 2020.
A partir de setiembre de 2020 se empieza a liberar la gente y la tasa de inflación volvió al 4 por ciento mensual. Pero la abrupta desaceleración de la inflación hizo que la inflación anual bajara a 36,1 por ciento en diciembre de 2020.
Desde aquí comienza a tomar vuelo de nuevo, pero gradualmente, por lo que la tasa de inflación anual subía de a poco en el rango de entre 40 por ciento y 50 por ciento. Entonces, parecía que la situación no era tan grave.
En septiembre 2021, la tasa anual vuelve a ser de 52 por ciento y aquí es cuando llegan el actual Secretario de Comercio Interior y los controles de precios. El 2022 comienza con una tasa de inflación mensual en enero y febrero por encima del 4 por ciento, lo que presagia una inflación anual del 60 por ciento.
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Esto, sumado a que los precios de los alimentos están subiendo al 6 por ciento mensual, en el Gran Buenos Aires por encima del promedio nacional, es lo que debe haber empujado al Gobierno a la “guerra”.
Las armas anunciadas son controles de precios, ley de Abastecimiento y reuniones con representantes empresariales, sindicales y piqueteros. O sea, las mismas que se vienen utilizando y con las que se vienen perdiendo todas las batallas. Sería recomendable revisar la estrategia.
Un punto de partida es que a la salida de la crisis de 2002, la tasa de inflación anual era de un dígito. A partir de 2007 se coloca en dos dígitos pero por debajo del 20 por ciento. A partir del 2011 se va al 30 por ciento y luego al 50 por ciento.
¿Qué pasó en el 2011? La economía dejó de crecer. Entre el 2011 y el 2021, el PIB real se mantuvo prácticamente constante (en rigor, cayó 3 por ciento). Esto significa que desde el 2011 a la actualidad hay la misma cantidad de bienes.
Ahora, la cantidad de billetes en el mismo período aumentó en 2.200 por ciento. O sea, hay 22 veces más billetes que en el 2011 con la misma cantidad de bienes. No debería extrañar entonces que la inflación desde el 2011 hasta aquí haya sido del 2.000 por ciento. O sea, los precios de los bienes subieron 20 veces. Naturalmente, si se tiene la misma cantidad de bienes y 22 veces más billetes, los precios de los bienes van a subir 20 veces.
La emisión monetaria puede no ser inflacionaria en el corto plazo. Pero en el largo plazo (10 años), la asociación entre emisión e inflación en una economía estancada es directa. Por eso, ir a la “guerra” contra la inflación con la maquinita de imprimir funcionando, es guerra pérdida. Hay que parar la maquinita y después ir a la guerra.
Por algo el FMI se permitió ser muy laxo con el acuerdo con Argentina en consideración a las barreras ideológicas que enfrenta el Gobierno. El memorando está plagado de generalidades, algunas inconsistentes (como la meta de reducción de los subsidios energéticos con medidas que hacen subir los subsidios), incluso hasta condescendiente con el déficit fiscal que permite subirlo de $1,4 a $1,8 billones.
La única meta desafiante es la emisión monetaria al Tesoro que tiene que bajar desde $2,1 billones en 2021 a $0,7 billones en el 2022. No es porque el FMI sea maligno, sino porque con el desorden monetario que tiene la Argentina, cualquier medida contra la inflación con la maquinita funcionando resulta inefectiva.
De todas formas, amén de ir a la guerra con la maquinita funcionando, lo más contradictorio es que para el Gobierno es vital que la inflación siga alta. En el acuerdo con el FMI se dejó claro que la decisión del Gobierno es aumentar el gasto público. Incluso se seguirán expandiendo los subsidios económicos ya que las tarifas se actualizarán por debajo de la inflación. Esto es lo que permite hacer la ostentación de que es el “primer acuerdo con el FMI sin ajuste”.
Pero para que esto sea posible se necesita la inflación. Concretamente, la recaudación tiene que aumentar al ritmo de los precios y el gasto público (en especial, las jubilaciones) a un ritmo inferior. Esto implica que la inflación es el único instrumento con el que se cuenta para bajar el déficit fiscal. Con esta estrategia, ponerse a guerrear contra la inflación es tirarse un tiro a los pies.
En suma, es todo muy incongruente.
* Economista de IDESA
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