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“¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar...?”. Una poeta argentina que perdura y que en vida enfrentó pobreza, enfermedades y amores contrariados. Aguerrida precursora del feminismo
Alfonsina Storni, leyendo un libro / web
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
En vida fue la malquerida muchas veces. Y pasó a ser la bien querida en su posteridad creativa y siempre actual. En la mitad de esos dos extremos, un día ella decidió su final. Pero bien se dijo que Alfonsina Storni (1892-1938) sólo quiso ingresar al mar, no ahogarse, no suicidarse. Lo que buscó fue que el mar decidiera por ella y la llevara.
En un postrero mensaje dejó en claro que no se iba a suicidar en aquella solitaria playa marplatense, sino que iba a dejar que la naturaleza avanzara “solo a través del mar, no de células malignas...”, como explicaría después la escritora María Moreno. Alfonsina tenía cáncer de mama. Su corazón sentimental naufragó varias veces y tampoco tuvo una consagración poética, como su amiga la chilena Gabriela Mistral.
El 25 de octubre de 1938 se arrojó al mar desde la escollera del Club Argentino de Mujeres, en el límite entre las playas Bristol y La Perla de Mar del Plata. Buena parte de la sociedad y sobre todo de la literatura argentina se oscureció ese día. Borges habló de ella como de una “superstición argentina” y años después Mercedes Sosa la eternizó en un canto. Mucho pueblo sufrió por ella.
Borges joven fue un temible emisor de brulotes. También dijo que “Alfonsina es de esas personas que, después de muertas, se finge que siempre se las aceptó. No hay duda de que, con la muerte, mejoró socialmente en el mundo de las letras”. Alejandro, el hijo de Alfonsina, que murió centenario, nunca soportó a Borges: “Sólo es un escritor”, dijo,
Lo cierto es que en tres poemas premonitorios, Alfonsina anunció lo que después haría con su existencia. Pero el más elocuente fue el poema “Voy a dormir”, escrito en sus postrimerías, dos días antes de ir al mar.
Allí avisó: “Dientes de flores, cofia de rocío,/ manos de hierbas, tú, nodriza fina/ tenme prestas las sábanas terrosas/ y el edredón de musgos escardados/ Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame/ Ponme una lámpara a la cabecera;/ una constelación, la que te guste;/ todas son buenas, bájala un poquito./ Déjame sola: oyes romper los brotes.../ Te acuna un pie celeste desde arriba/ y un pájaro te traza unos compases/ para que olvides.../ Gracias... Ah, un encargo:/ si él llama nuevamente por teléfono/ le dices que no insista, que he salido”.
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Acaso al mismo que llamaría o no por teléfono, muchos años antes la malquerida le había dedicado estos versos categóricos: “Hombre pequeñito, te amé media hora, no me pidas más”.
Malquerida por la vida, bien querida por la posteridad. Algo parecido le ocurriría décadas después a otra genia de la poesía, la argentina Alejandra Pizarnik, que también quiso decirle basta al vivir suyo. El 25 de septiembre de 1972, cuando tenía 36 años, escribió en una pizarra estos versos “No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo”. Y se tomó luego 50 pastillas de barbitúricos. A ella también la posteridad le abrió las puertas grandes.
Nacida en Suiza vino de niña con sus padres, con el aluvión de inmigrantes europeos. Con una mano atrás y otra adelante, pero con el trabajo y el ansia de progreso como luceros de sus vidas. Eran pobres de solemnidad y el padre terminó al frente de una buena fábrica de cerveza. Llegaron un tiempo a San Juan y luego siguieron en Rosario, en donde se afincaron en 1900.
Con sus manos de niña Alfonsina trabajó en el café Suizo y después lo hizo en una fábrica de sombreros, aunque siempre quiso estudiar, de modo que lo hizo en la ciudad de Coronda, que quedaba lejos de Rosario. Allí se recibió de maestra, volvió a Rosario, ya muchacha se enamoró de un hombre casado, quedó embarazada y aceptó tener a ese hijo. En 1912 tuvo a Alejandro, que viviría hasta 2014 y que fue profesor en la Universidad Nacional de San Martín, especializado en el tema del transporte.
La relación entre el hijo y la madre fue de un profundo amor. Ambos se entendieron. Alejandro habló una vez de este consejo que le dio su madre: “Un día Alfonsina me dijo: yo tengo la desgracia de ser mujer. Tu debes conservar la masculinidad toda la vida”. Ella llamaba “hermano” a su hijo.
Alfonsina se fue haciendo un camino como escritora y una de sus cualidades menos conocidas es que durante un tiempo escribió versos infantiles, a la manera en que lo haría décadas después otra talentosa como María Elena Walsh.
El 25 de octubre de 1938 se arrojó al mar desde la escollera del Club Argentino de Mujeres
Uno de sus poema de entonces, desde luego que precursores del género de la poesía infantil se llamó “La silla” y decía así: “Cuatro patas, cuatro patas/ como tiene el elefante/ la silla tiene, y no tiene/ su larga trompa colgante/ Cuatro patas, cuatro patas/ tiene que son de madera/ cuatro patas y no corre/ como el zorro y la pantera...”, hasta completar cinco estrofas más.
Se hizo anarquista y fue una feminista de hierro. Empezó a publicar poemas en Rosario y terminó publicada en La Nación, ya con un nombre y con su vida instalada en Buenos Aires. Como se cuenta en sus biografías, ganó premios y empezó a también a cosechar mezquindades. Nada nuevo bajo su sol.
En dos décadas elaboró una obra llena de asperezas, de aciertos maravillosos y de caídas temperamentales. Se enamoró por completo de su colega, Horacio Quiroga, que le propuso matrimonio y quiso llevarla a su casa de la selva misionera, enclavada en una intrincada jungla de árboles, cañaverales, cocodrilos y arañas.
A raíz de esa propuesta le pidió consejo a su amigo, el artista plástico Benito Quinquela Martín. El pintor de La Boca la miró casi espantado y le respondió: “¿Con ese loco...? ¡No..!”. Y allí quedaría nunca enhebrada esa pareja que habría podido ser tan extravagante y talentosa como la de los mexicanos Frida Kahlo y el muralista Diego Rivera.
Pocas voces literarias de nuestro país tan derrotadas como la de Alfonsina. Pocas voces tan sinceras y demoledoras. El inmenso dolor de la época, embebido en la crueldad mundial del nazismo, derrotó a muchos escritores. El año en que se suicidó Alfonsina, también se quitaron la vida Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones. Un año después, Alemania invadió Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial. Se ha dicho que los tres presintieron la catástrofe moral que sobrevendría.
Nació en Suiza y llegó al país junto al aluvión de inmigrantes de Europa
Alfonsina Storni escribió en su vida centenares de artículos periodísticos, muchos de ellos en defensa de los derechos de la mujer. En esto fue también precursora. En cuanto a sus libros, estos fueron los principales de su obra: La inquietud del rosal. 1916. Poesía.; El dulce daño, 1918. Poesía; Irremediablemente, 1919. Poesía; Languidez, 1920. Poesía; Ocre, 1925. Poesía; Poemas de amor. 1926. Poesía; Mundo de siete pozos, 1934. Poesía; Mascarilla y trébol. 1938. Poesía; Entre un par de maletas a medio abrir. Buenos Aires: 1939, Prosa; Teatro infantil, 1950, Teatro; Cinco cartas y una golondrina. 1959. Miscelánea Prosa; Obra poética completa. Poesías completas. 1968. Poesía.
Malquerida, bien querida Alfonsina. Ella se despedía todo el tiempo: “Yo he sido aquella que paseó orgullosa/ El oro falso de unas cuantas rimas/ Sobre su espalda, y se creyó gloriosa...”.
Alfonsina Storni, de pequeña / Web
Alfonsina Storni, leyendo un libro / web
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