

James y Alyssa, dos almas perturbadas en “The end of the f***ing Wolrd” / Netflix
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El show inglés de ocho episodios que ya puede verse en Netflix se postula como una de las mejores series del año
James y Alyssa, dos almas perturbadas en “The end of the f***ing Wolrd” / Netflix
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
¿Qué hace que una serie sea prestigiosa y premiada, importante? La respuesta es, claro, elusiva, pero existen varios lineamientos que las grandes casas productoras siguen en busca de éxito: timing, el oído puesto en las problemáticas actuales, un trabajo formal complejo y confuso, un tono oscuro, estrellas, desnudos...
“The end of the f***ing world”, estrenada en octubre en Inglaterra y hace tres semanas en Netflix, ya es una de las mejores series de la temporada, a pesar de que no tiene ninguno de estos elementos de la denominada televisión “de prestigio”, ya no una mera descripción de un fenómeno, ya un género en sí mismo, con sus reglas y sus expectativas.
La serie de Netflix asomó en las pantallas internacionales sin timing (se estrenó en la bajísima temporada de enero) y apuntó en su pequeña campaña de marketing al público joven (es decir: la serie fue vendida como si fuera un entretenimiento “poco sofisticado”). No tiene desnudos. La estructura presenta algunos saltos, pero la narración fluye, clarísima, sin trampas al espectador. E incluso, pareciera parodiar el tono oscuro que impera en la pantalla chica jugando con un humor negrísimo comiquísimo, y quizás por eso sea un soplo de aire fresco en la televisión de la era dorada que a veces peca de acartonada.
Pero la serie producida por Channel 4 (fantástica factoría británica que dio sucesos como “The It Crowd”, “Black Mirror” antes de su paso a Netflix y “Utopia”: este pequeño listado ya refleja como el canal se mueve por fuera de las expectativas, una isla dentro de esa otra isla que es la tevé británica) no es una respuesta a la tevé de prestigio, no quiere serlo: simplemente quiere ser genuina y en el camino se olvida de algunos lugares comunes que hemos dado por sentados como espectadores de esta Edad de Oro televisiva.
Y aunque se corre del lugar común, nada en “The end of the f***ing World” es particularmente original: se trata de una serie “coming of age” sobre dos adolescentes que viven un “amor fou” con inspiraciones en la Nouvelle Vague y “Bonnie and Clyde”, una historia de crecimiento y amor adolescente que, dicen algunos, es la única forma de amor posible: ese amor sin concesiones y, casi siempre, necesariamente trágico, imposible.
Basada en una serie de cómics de Charles Forsman y concebida como una película en ocho entregas por su director Jonathan Entwistle, los episodios cortísimos (menos de 30 minutos) de la serie se suceden en la pantalla de Netflix uno tras otro, una deliciosa inmersión en una premisa oscura y perversa: un muchacho, James, está bastante seguro de que es un psicópata, y quiere matar a su primera víctima humana, y justo conoce a Alyssa, una joven sumamente “outsider”, una pelota de angustia y malhumor que se convence azarosamente que podría enamorarse de James.
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Ambos son almas heridas (a él se le murió la madre, a ella se le fugó el papá) y aunque se juntan cada uno escondiendo sus motivos (ella quiere matar el aburrimiento, él quiere matarla a ella), al final del primer episodio deciden que es inevitable fugarse de sus hogares, dejar una vida insatisfactoria detrás.
La descripción del inicio de las aventuras de estos amantes asoma convencional, una más. Pero se sabe que el arte de crear no está en el qué sino en el cómo, algo que directores y guionistas honran en esta serie narrada con seguridad, bastante vértigo, sin subrayados, y que desarrolla en cada episodio a los personajes y sus relaciones con un cuidado, una profundidad y una humanidad que generan un fuerte apego en la audiencia: de repente, no podemos dejar de quererlos (ni de mirar).
Acompañado por una banda sonora llena de sorpresas musicales, desde los Buzzcocks hasta Fleetwood Mac, y con temas originales compuestos por Graham Coxon (la guitarra de Blur) esta serie desacomplejada sobre lo fuera de lugar que se sienten los adolescentes creciendo en un mundo “falso”, como diría Holden Caufield, lleno de adultos que no dan la talla, funciona como un entretenimiento delicioso, pero debajo de sus superficies de placer esconde una melancolía y una empatía que hace rato no veíamos en la televisión por momentos demasiado “realista” y rasposa como para tener humor, sonreír, respirar, aún cuando te explota el auto, tenés un novio psicópata y te persigue la policía.
Es una historia de crecimiento y amor adolescente, la única forma de amor posible
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