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Mientras el libro tradicional resiste como objeto cultural y afectivo, leer de forma digital se expande por menor precio, más comodidad y accesibilidad. Expertos de la Ciudad analizan los beneficios y peligros de la lectura en pantallas, sobre todo en las infancias
Leer en papel físico o digital: dos actividades diferentes / freepik
La escena no es nueva pero sí cada vez más frecuente: alguien entra a una librería, hojea un libro, lo lee por unos minutos y, antes de decidir, consulta el precio. A veces, lo deja y dice: “Después lo busco en internet”.
El Kindle, la lectura en tabletas y hasta en celulares marcan un cambio de época: una tecnología que, si bien no ha enterrado al libro físico, lo ha obligado a pelear por su vigencia.
Facundo Stazi, profesor de Literatura, editor y librero en La Plata, no duda: “El libro va a morir, porque es una tecnología. Si encontramos algo más barato y más rápido que nos permita lo mismo, lo vamos a terminar eligiendo”. José Supera, escritor platense, lo expresa en otros términos pero con igual contundencia: “Leer en pantallas es el futuro, aunque el texto en papel no tenga el brillo vacío de las pantallas”.
Entre nostalgia, precios desorbitados y dispositivos inteligentes, la pregunta no es sólo qué soporte elegimos, sino por qué, cómo y para qué leemos.
“Alguien que diga ‘me voy a comprar un libro porque tengo ganas de leer’, suma; sea lo que sea que elija leer”
Facundo Stazi,
profesor de Literatura, editor y librero en La Plata
La irrupción del Kindle —y por extensión, de todos los formatos de lectura digital— respondió a una necesidad concreta: acceder a libros de forma rápida, económica y sin depender de la distribución física. “La Kindle es una herramienta genial”, sostiene Stazi. “A los humanos nos mueven dos cosas: el dinero y el tiempo. Si es más barato y más rápido, lo vamos a elegir”. Supera coincide: “La irrupción del Kindle fue fantástica. Permitió conseguir libros descatalogados o difíciles de conseguir, por eso tuvo tanta resonancia”.
Pero más allá de la comodidad, el contexto económico y editorial también empujó este cambio. “Los precios de los libros son una locura. Yo sé lo que vale hacer un libro. En uno que está en la vidriera, solo el 11% es del autor. Un 40 se lo lleva la librería. El resto se reparte entre editorial y distribuidora. El costo de producción es el menor”, explica Stazi, que trabaja desde adentro del sector.
A esto se suma un dato alarmante: cada vez se lee menos. Según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales, en 2013 el 56% de la población leía al menos un libro al año por placer.
En 2023, ese porcentaje bajó al 44%. Y en la franja entre 13 y 18 años, apenas el 13% declara leer un libro por gusto.
Para muchos, como Supera, hay un componente nostálgico imposible de ignorar: “Hay algo de lo pasado, de lo artesanal. Vivimos en una era de pantallas, y no sé si está tan bueno que algo hecho como un refugio, como lo es la literatura, también sea una pantalla. Puede tener un doble filo”.
Desde una perspectiva más pragmática, Stazi apunta a la experiencia del lector: “Hace 10 años decía que el olor de un libro era una actividad superior a leer un vidrio. Pero el tipo o la tipa que lee lo va a hacer más allá del portador. Cuando la lectura es buena, importa poco si es un cacho de cartón o una pantalla brillante”.
Leer en las pantallas es una variante económica y ofrece un amplio abanico de opciones
No obstante, la ciencia también tiene algo que decir. Estudios neurocientíficos y cognitivos coinciden en que la lectura en papel mejora la comprensión profunda, la retención a largo plazo y genera menos fatiga visual. “Sí, eso es cierto”, concede Stazi, “pero también es cierto que muchos de esos estudios se basan en leer escaneos feos desde el celular. Si leés desde un dispositivo pensado para leer, con formatos adecuados, esas desventajas se diluyen”.
La clave, entonces, no es el soporte sino el cómo y desde dónde se lee. Stazi insiste: “La pantalla no es todas las pantallas. El libro no es todos los libros”.
Uno de los puntos más delicados del debate se concentra en los más chicos. ¿Es bueno que se inicien en la lectura a través de pantallas? ¿Qué consecuencias puede tener?
“Para los más chicos no deberíamos tener pantallas de ningún tipo”, sentencia Stazi. “No lo voy a dejar jugar con ‘La Divina Comedia’, porque no es su tiempo para eso; de la misma manera no lo dejaría estar en contacto con libros en pantalla. A los chicos, cosas de chicos: libros para garabatear, libros sensoriales, libros con texturas. Las pantallas sobreestimulan y aboban más de lo que despiertan”.
Supera coincide, aunque lo expresa desde otra preocupación: “El problema es que los chicos ya están metidos en las pantallas. Celus, compus, tele… Leer desde ahí los dispersa más rápido, porque es el medio desde donde se distraen. Y eso es nocivo”, y agrega: “Me parece que es el futuro. En unos años van a terminar todos leyendo en pantallas”.
Aunque Stazi admite que “la lectura se está anichando”, reduciéndose a círculos cada vez más cerrados, no se resigna. “Leer sigue siendo un acto profundamente humano. Un tipo que dice ‘me voy a comprar un libro porque tengo ganas de leer’ suma, sea lo que sea que elija”.
“El problema es que los chicos ya están metidos en las pantallas. Celus, compus, tele… Leer desde ahí los dispersa más rápido”
José Supera,
escritor platense
Supera, por su parte, trae una imagen poderosa de Abelardo Castillo: “Decía que había que desconfiar del texto en la pantalla porque tiene una luz detrás, un brillo falso. En el papel, el texto no brilla. Es más real, sin ese engaño. Hay algo ahí muy loco, muy verdadero”.
En definitiva, leer en papel o en digital no es la verdadera disyuntiva. El problema es si leemos o no. Qué tipo de vínculo construimos con las palabras. Qué mundo se nos abre —o se nos cierra— cuando una historia nos toca. Y en qué soporte estamos dispuestos a que eso suceda.
Como con los antiguos griegos que pasaron del papiro al códice, hoy vivimos una transición. El soporte cambia, pero el deseo de leer —cuando existe— sobrevive. El desafío es que ese deseo no se apague, ni en papel ni en pantalla.
Leer a través de pantalla aumenta la dispersión, aseguran / Freepik
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