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Mentiras y tabúes del sexo: mitos que marcan la experiencia en la cama

Muchas personas siguen creyendo en algunas falsas verdades. Algunas limitan el placer y alimentan el desconocimiento

Mentiras y tabúes del sexo: mitos que marcan la experiencia en la cama

Algunos mitos motivan la desinformación sobre las relaciones íntimas

27 de Julio de 2025 | 04:40
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Cuando se habla de sexo, lo que más abunda no es precisamente la información certera, sino los mitos. Algunos se repiten de generación en generación, otros se instalan a través del porno o las redes sociales. Lo cierto es que muchas de esas ideas falsas se siguen reproduciendo sin pasar por el tamiz de la ciencia ni de la experiencia real. Y eso no es un simple detalle: esos mitos condicionan el deseo, generan malestar, dificultan el placer y, en otros casos, incluso ponen en riesgo la salud física y emocional de quienes los creen. Hoy, con más estudios y voces profesionales que nunca, todavía hay quienes piensan que la virginidad es un himen, que el tamaño del pene es determinante o que el sexo sin penetración “no cuenta”.

Uno de los mitos más persistentes tiene que ver con el tamaño del pene. La idea de que un pene grande garantiza satisfacción sexual no solo es falsa, sino que suele generar inseguridad en quienes no se ajustan a ese ideal y frustración en quienes descubren que eso no asegura ni deseo, ni orgasmos. De hecho, especialistas en salud sexual insisten en que el placer está mucho más ligado a la comunicación, la estimulación adecuada, la comodidad y el vínculo emocional que al aspecto físico del cuerpo. Otro clásico: que los hombres siempre tienen ganas. La presión por demostrar virilidad genera un malentendido cultural que invisibiliza el hecho de que el deseo masculino también fluctúa, está atravesado por factores como el estrés, la autoestima o el contexto emocional, y no es automático ni constante.

EL COITOCENTRISMO

También persiste la creencia de que la penetración es el centro o la definición misma del sexo. Esto deja afuera múltiples prácticas que pueden ser igual o más placenteras, y que componen una sexualidad más libre y menos centrada en un guion rígido. El coitocentrismo, como se lo conoce, invisibiliza no solo otras formas de placer sino también las necesidades de muchas mujeres y personas con vulva, cuyo placer suele estar más asociado a la estimulación externa que a la penetración. Por otro lado, la idea de que el sexo debe ser perfecto o siempre placentero, con orgasmos simultáneos y escenas dignas de una película, no hace más que generar ansiedad y frustración. El sexo es una experiencia viva, que puede tener altibajos, momentos torpes o incluso silencios incómodos. Y eso no es un fracaso: es parte de la realidad humana.

En el plano del cuidado, también hay ideas equivocadas que pueden tener consecuencias serias. Creer que el sexo oral no transmite infecciones de transmisión sexual, por ejemplo, puede llevar a prácticas de riesgo. Lo mismo con confiar en que la otra persona “parece sana” o decirse “si usamos el método del coitus interruptus no pasa nada”. La educación sexual integral, que aún encuentra resistencias en muchas escuelas, apunta justamente a desarmar estas creencias, ofrecer herramientas y promover el consentimiento, la protección y el placer compartido. La masturbación, el deseo durante la menstruación, la exploración más allá del coito y la idea de que el sexo no tiene una forma única son parte de una conversación que todavía necesita más espacios, más voces y menos prejuicios.

En un contexto donde adolescentes y jóvenes muchas veces se educan sexualmente a través del porno o los videos de TikTok, volver sobre estos mitos, desarmarlos con evidencia y acompañar con herramientas afectivas se vuelve urgente. El sexo no es solo biología: es comunicación, cuidado, deseo, exploración. Pero sobre todo, es una experiencia personal y compartida que no debería estar gobernada por reglas impuestas ni creencias sin fundamento. Derribar mitos no significa arruinar la fantasía, sino liberar al deseo del peso de tantas mentiras.

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