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Sergio Pomares
spomares@eldia.com
Eran las seis de la mañana en La Plata y la ciclogénesis, ese monstruo meteorológico que había sembrado miedo en los pronósticos, parecía haber dado un respiro. La lluvia fuerte había cedido, el viento bajaba su intensidad. La Ciudad, envuelta en nubes grises y cansancio climático, empezaba un miércoles con más preguntas que certezas. Pero en ese preciso instante, el cielo cambió de tono. No por el sol, sino por una columna de humo negro que ascendía como una advertencia urgente desde una esquina clave: diagonal 77 y 48.
Lo que sucedió en esa intersección marcó un antes y un después. La Plata, capital bonaerense, fue tendencia nacional por una razón dramática: un incendio que devoró en pocas horas casi la totalidad de un edificio. No era cualquier construcción. Allí, donde antaño funcionó una estación de servicio y luego una cochera, estaba instalado un depósito ¿ilegal? de electrodomésticos. Y en cuestión de minutos, el fuego lo convirtió en escombros.
A esa hora, los primeros en ver las llamas fueron vecinos que se preparaban para salir a trabajar o que simplemente no podían dormir con la tormenta aún latente. El humo empezó a invadir los pasillos de los edificios linderos, se coló por las ventanas y encendió todas las alarmas. En menos de media hora, el lugar ya estaba rodeado: más de un centenar de bomberos, policías, personal de Defensa Civil y equipos de salud.
Lo primero fue evacuar. Más de 50 familias, muchas en pijamas, otras apenas en ojotas o con una manta sobre los hombros, fueron sacadas de sus viviendas con la urgencia de quien huye de lo incontrolable. A algunas mascotas se las escuchó ladrar desesperadas desde balcones. Hubo llantos, abrazos, celulares que no paraban de vibrar, y una misma pregunta repetida en cada boca: “¿Qué pasó?”.
La zona se quedó sin luz, sin gas, sin ritmo. Comercios nunca levantaron sus persianas con apuro, los colegios y jardines cercanos suspendieron actividades, y dos cuadras a la redonda quedaron completamente cercadas. Aun así, siempre aparece alguno que se hace el distraído. El que quiere pasar “solo a mirar”, el que dice vivir allí y no puede mostrar una llave. Pero también hubo solidaridad: vecinos que ofrecieron café caliente a los evacuados, otros que se fueron con amigos o familiares, personal municipal que atendieron a quienes quedaron varados. En medio del caos, la empatía floreció.
El espectáculo era apocalíptico. Las llamas, visibles desde las distintas esquinas de esa cuadra, alcanzaban varios metros de altura. El olor a plástico, madera y metal quemado se instaló como una sombra en el aire. Quienes transitaban por las avenidas 7 o 1, aún a varias cuadras, se detenían a mirar el humo y tomaban fotos o videos que rápidamente inundaron redes sociales.
El fuego fue implacable. La estructura, ya vetusta, no aguantó el embate y comenzó a ceder. El derrumbe fue paulatino, pero inminente. Y allí, en ese desplome casi cinematográfico, se sintió el golpe seco de una historia que se cerraba en escombros.
No hubo víctimas. Y eso, en medio de tanta destrucción, fue el verdadero milagro. Porque si esto hubiera ocurrido apenas unas horas más tarde, cuando las camionetas entraban y salían con electrodomésticos, cuando los vecinos iban a hacer mandados o los chicos pasaban camino a la facultad, la historia sería otra. Habría otros verbos, otras palabras, otro dolor.
La pregunta sobre cómo empezó todo sigue sin respuesta clara. Algunas versiones indican fallas eléctricas previas, otras hablan de una posible pérdida de gas. También se habló de un cortocircuito externo, tal vez en un poste, que habría sido la chispa inicial. Pero más allá de las hipótesis, lo cierto es que en cuestión de minutos, el fuego encontró su presa.
Y también resurgieron viejos fantasmas. ¿Estaba habilitado ese depósito? ¿Tenía las condiciones adecuadas para funcionar en una zona tan transitada? Una edificación como también en la otra punta de La Plata, cerca del Parque Saavedra, donde las habilitaciones estaban bajo la lupa. Preguntas incómodas que reaparecen cuando ya es tarde.
Las imágenes recorrieron todo el país. Medios nacionales transmitieron en vivo. La esquina de Diagonal 77 y 48, que tantos cruzan a diario, que tantas veces fue solo una más en el mapa urbano, quedó en el centro de la escena.
Ahora quedan ruinas. Las autoridades analizan si es posible demoler lo que queda o esperar que el tiempo y la seguridad lo indiquen. El tránsito cortado. Los vecinos, aunque de a poco van a regresar a sus casas, todavía sienten la tensión en el cuerpo. Muchos relataron que aún no pueden dormir tranquilos. Otros simplemente repiten: “Pudo ser peor”.
El edificio ya no está. El depósito de electrodomésticos es historia. Pero en las paredes que aún quedan de pie, negras por el humo, late una advertencia. Y en los ojos de quienes estuvieron ahí, una mezcla de alivio y angustia que tardará en disiparse.
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