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La juventud consume cada vez menos rock porque algunos viejos artistas y sus ideas conservadoras no los representan. Ahora, los comentarios al borde de la xenofobia (¿al borde?) de Leo García reavivan el debate: ¿se puede decir cualquier cosa?
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
¿Está viejo el rock? La pregunta se ha ido repitiendo hace casi una década, como un eco, a medida que el rock nacional (e internacional) iba desvaneciéndose de las radios y los estadios; a medida que solo quedaba de aquella música que revitalizó al país un puñado de añosos sobrevivientes; a medida que los chicos, en lugar de formar una banda y rebelarse a través del rock, pasaban a tirar beats y a bailar los nuevos ritmos urbanos.
En esa transición se gestó una grieta musical que es cultural: a la juventud, atravesada por ciertas preocupaciones que son parte de su zeitgeist (desde la igualdad de género y la diversidad sexual a la protección del medio ambiente) la cultura rock le olía un poco machirula y reaccionaria, y poco han hecho muchos héroes de la guitarra para desmentir esa aseveración. De hecho, son varios los viejos rockeros que han coqueteado con ideas de derecha, siendo “cancelados” a supersónica velocidad por el piberío.
Y el desprecio es mutuo a menudo, como planteó la pasada semana Leo García: “Voy a luchar por el rock nacional que es nuestra cultura, no esa mierda del trap. Esos soretes mueran ya. Mierda son el trap y el reguetón, todo eso chicano que nada tiene que ver con nuestra cultura. Mueran hijos de putas basuras y la industria que los fomenta”, disparó el hombre de la ceja cortada, y le gritó a la juventud, desde Twitter, que “despierten”, que “no se dejen engañar por la industria”. García disparó su munición tuitera contra los freestylers, “unos transeros de mierda con falta de cultura”, y al borde de la xenofobia pidió que la cultura centroamericana “no invada mi cultura. Vayan a perrear a su país, hijos de puta. Si le dan bola a esa mierda es porque está lleno de venezolanos y colombianos en nuestro país”. ¡Epa Leo!
Los más analíticos opinadores 2.0 le recordaron a García que también el rock es una importación, parte de otra “invasión cultural”, luego resignificada y transformada por los artistas locales porque no existe tal cosa como una inoculación unidireccional de cultura. Siempre hay resistencias, lo que ya en 1928 Oswald de Andrade llamaba antropofagia, es decir, canibalismo: se devora y se regurgita distinto.
Pero, en general, la respuesta fue una unánime condena que lo llevó a escribir al día siguiente una especie de retracción, donde explicaba que “yo en Instagram soy buenísimo, en Facebook familiero y bue aquí (en Twitter) kilombero”, pero no sin advertir que “no tengan miedo a decir lo que se les canta por aquí! Para eso es esto!” (algo de razón tiene: muchos lo acusaron de usar Twitter “como una tía”, sin filtro, pero, ¿no es Twitter la red social de las barbaridades, de ver quién puede gritar más fuerte?)
Allí el eje de la cuestión: ¿se puede decir, efectivamente, cualquier cosa? ¿Es tan grave una opinión polémica en Twitter? ¿Merece cancelación, repudio? ¿Es tan grave, a la vez, ese acto de cancelación?
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Todas estas preguntas las suele abordar Andrés Calamaro en su cuenta tuitera, donde habitualmente lanza opiniones polémicas que luego defiende, entre varios argumentos, replicando el de Leo García: la libertad de expresión.
El Salmón es adalid de cortar con la corrección política (una especie de autocensura, según él, que solo sirve para cimentar el actual estado de cosas) y señalar las grietas hipócritas en tanto comunicado oficial bienpensante que domina las redes: imagina un gesto rockero en ese “meter el dedo en la llaga” en el estado de cosas, y por eso, en parte, sus exabruptos son habituales. En parte, también, parece pensar que toda esta era necesita desdramatizar un poco.
Como cuando Benito Cerati lo calificó de “persona horrible” por un chiste sobre los Globos de Oro. “Es humor, Benito”, lanzó, como decepcionado; pero más decepcionado estaba el hijo de Cerati, claro, luego de leer lo que el ex Los Rodríguez había tirado sobre la entrega de premios: “¿Qué hay que hacer para ganar además de ser lesbiano, exótico, mujer, obeso, latino, negro, oriental, feminista y votar demócratas…?”
Allí la grieta: para Calamaro, esa provocación tiene sentido, señala la hipocresía de la industria de Hollywood, la “discriminación positiva de manual”; para Benito, es una falta de respeto; para Calamaro, es humor, un chiste; para Benito, la replicación de discursos conservadores y nocivos, que ayudan a construir un inconsciente donde está bien minimizar las luchas de las llamadas minorías.
Así ocurre con cada una de sus diatribas tuiteras, desde la vez que afirmó que Argentina era “detestable” hasta sus críticas al “feminismo extremo”: “Lo que conocemos como corrección política tiene tintes inquisidores”, escribió. Porque para Andrelo, hay una cruzada detrás de tanto exabrupto: defender el derecho a decir cualquier cosa en tiempos que considera inquisidores (no por nada, llamó Stasi a los que lo criticaron con “opiniones exaltadas” por decir que Queen estaba “inflado con esteroides”). En ese “cualquier cosa” entran también sus chistes sobre la muerte de Nisman.
La nueva generación desprecia a Calamaro: no le reconocen méritos musicales, con esa linealidad que conlleva toda cancelación (como algo es malo, todo es malo: es un juicio sumario y absoluto, sin matices, que no complejiza ni problematiza), y en nada ayuda al viejo rockero, por ejemplo, defender causas como las corridas de toros. Hoy es más sensato acusar, como hizo Fernando Ruiz Díaz sobre el escenario de Jesús María, “a todos los mierdas que quieren domesticar un caballo. Por suerte cada tanto, un caballo se venga y termina muerto un ser humano. Viva el caballo cuando vence”. Igual, el líder de Catupecu también tuvo que pedir disculpas.
Tampoco ayuda a Calamaro haber defendido al ultraderechista partido español Vox: el corrimiento a la derecha de algunos rockeros, otrora bandera de la rebeldía, es también un fenómeno que ha llevado a los jóvenes a considerar un poco vetusta la cultura rock. Este giro a la derecha, para muchos, es signo de los tiempos: en un mundo donde las ideologías conservadoras ganan tracción (al punto de que muchos jóvenes ya no son de izquierda y utópicos, sino de derecha profunda y liberal), la incorrección política asoma como una nueva forma de rebeldía. Pero, claro: ¿ser polémico es lo mismo que ser crítico?
En nadie se encarna tan bien todo esto como en Ricardo Iorio, el líder de las tres agrupaciones musicales más emblemáticas del rock pesado -V8, Hermética y Almafuerte-.
Algunos dicen que siempre llevó el germen de la intolerancia en su forma de decir, pero la verdad no es tan sencilla: el tipo le cantaba a las injusticias del sistema, despotricaba contra los festivales de rock y amor en plena dictadura, y antes del fin de siglo hasta homenajeó a las Abuelas de Plaza de Mayo. Pero, claro, ya en el siglo XXI, comenzaría a desplegar comentarios antisemitas en la Rolling Stone, mientras cantaba un homenaje a Seineldín. También se manifestó a favor de la guerra y tildó a los desaparecidos durante la dictadura como “un puñado de indemnizados”. Y hasta se sacó una foto con el candidato filonazi Alejandro Biondini.
Entre tantas ideas extremas, Iorio se ganó la cancelación definitiva cuando, hace algunos años, mientras criticaba el aborto, lanzó: “Esas zurdas saben que yo sé que ellas saben que yo sé… ¿sabés qué sé yo? Que ellas saben que yo sé que nunca encontraron un pater familias como yo, un macho proveedor, se lo perdieron. Entonces en su resentimiento se dejan adoctrinar, ¡encima cobran! Son inconscientes”.
Pero Iorio no es la excepción y lo suyo no es un mero “exabrupto”, un desliz. Desde el “sacate la bombachita” de Billy Bond a una periodista al “hay mujeres que necesitan ser violadas” de Cordera, pasando por las cientas de denuncias de abusos en camarines y los comentarios homofóbicos del líder de La Beriso, el rock se ha mostrado lejos de la deconstrucción: la enquistada cultura machista del rock, claro, es un poco más grave y peligrosa que un poco de humor en una era hipersensible...
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